Visto y Oído
Celebración
el poliedro
Supe por Carmen Camacho en una de sus columnas (El zapato es la señal) que a Donald Trump se le salieron losoxfordnegros al recibir un tiro en el pabellón auricular derecho: es sabido que el horror de la muerte inminente encoge los miembros y descalza a la gente. Dice una leyenda apoyada por algún científico que, cuando ya la muerte es un hecho, en ese preciso instante, el cuerpo humano pierde veintiún gramos (poco peso me parece para el alma). Pero a Trump sólo se le escaparon los calzos; le sangró la oreja cara abajo y sus escoltas hicieron piña alrededor de él, mientras un sniper, tarde pero letal, fulminó al que quiso ser su asesino, quién sabe por qué. Y ahí quedó el conato de magnicidio.
En este rocambolesco atentado que invita a fantasear con una versión berlanguiana de JFK (película de Oliver Stone), Trump pidió a su trajeado equipo de seguridad “dejad que me ponga los zapatos”, justo antes de acuñar –puño en alto– el ya poderosísimo eslogan Fight! (“¡Pelea!” o “¡Lucha!”). No se esperaba uno tanta presencia de ánimo en el candidato republicano, que pasa por ser un plutócrata populista y de natural calenturiento (puede que ni una cosa ni la otra, sino que así se vende). “No sin mis zapatos”, vino a decir en tamaño trance. Una variante del dicho “Vísteme despacio, que tengo prisa”. Qué insospechado señorío. No cabe sino alegrarse de que no atinara el majara de turno, un chaval con libre acceso en una ferretería a un rifle de francotirador de élite o de cazador de íbices en el Himalaya. Aunque con menos papeles que una liebre de campiña. Murió matando, o intentándolo.
Donald Trump no es un atlantista, en el sentido de que en su geopolítica no es indiscutible el liderazgo estadounidense de la Alianza Atlántica, la OTAN. Los dineros de las industrias armamentísticas americanas y europeas deben de pesar en su planteamiento de la partida de póquer nacional-corporativo. Quizá este posicionamiento sea un farol de tahúr –analistas tiene el mundo– pero desde esta esquina del mundo no parece ser la Vieja Europa su baby. El interés del mapamundi de Trump gravita hacia Oriente, y practica el roneo con enemigos históricos como son, o eran, China, Corea del Norte o Rusia (seria amenaza militar para la UE). ¿Son esas, para nosotros, buenas noticias en el caso de que, como parece probable, vuelva a ser presidente de Estados Unidos? El asunto es tan complejo militar, política, industrial y diplomáticamente, que antes me cortaba yo el lóbulo de una oreja que hacer un dictamen sobre ello.
Sin embargo, con cierta desesperanza, sí debemos exigir a nuestras autoridades –al Gobierno y a su oposición– que dejen de dedicar su valioso tiempo a hacer de la anécdota categoría, y que el mercadeo fiscal con Cataluña, el pulso a la Justicia y el caso Begoña no preponderen narcóticamente por encima del encaje de nuestro país en el mundo. Cabe confiarse a Europa. Claro que, si la Europa del vagón del maquinista se ve en aprietos, no seremos los pasajeros de clase turista su prioridad, más allá de nuestra importante condición de consumidores de bienes de alto valor añadido: empezando por los artefactos de defensa, industria en la que compiten ferozmente Estados Unidos y la Unión Europea (vale decir Alemania y Francia). Si, como parece, los estados europeos vamos echando leches hacia un remedo nacionalista del trumpiano America first (“Lo primero, Estados Unidos”), el panorama cambiará. Puede que Trump sea un loquito –diría uno que no–, pero su desinterés por Europa puede dinamitar el statu quo del siglo pasado.
El jefe del FBI pone en duda que la oreja de Trump fuera alcanzada por bala ninguna. La realidad supera a la ficción. De película. De Oliver Stone, que va para 78 años, como Trump; tres menos que Joe Biden. Tampoco es edad de estar chocho. Que puede.
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