NO está claro si con su amnistía Pedro Sánchez conseguirá sanar las heridas de la sociedad catalana, dividida fatalmente en dos desde el referéndum ilegal del 1-O. Lo que sí podemos decir ya es que el presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE ha conseguido fracturar socialmente España como muy pocas veces se ha visto en el periodo democrático (quizás con la guerra de Irak). La sociedad española está hoy tensa, sometida a una prueba de estrés en la que las algaradas de las noches madrileñas no son más que pequeñas explosiones llamativas, chuscas y reprobables. Sencillamente, no se puede defender la legalidad y la dignidad nacional insultando y agrediendo a la Policía, la misma que sufrió como nadie los ataques de los independentistas del noreste (aparte habría que investigar la cadena de órdenes que llevó a gasear a manifestantes pacíficos, algunos de ellos de avanzada edad, la noche del 6 de noviembre).
Una parte importante de la sociedad española (no toda, desde luego, pero sí mayoritaria) está indignada con la amnistía. En primer lugar porque es un ataque directo e indisimulado a un derecho fundamental consagrado por la Constitución, como es la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Después, porque el único motivo para tal desatino es la ambición de poder de un hombre, Pedro Sánchez, seguido de todos los estómagos agradecidos del “qué hay de lo mío”. Y por último, porque es un paso más en la disolución de una nación que, aunque con serios problemas territoriales, no se resigna a desintegrarse sin más. Con frecuencia, nuestros políticos suelen despreciar ese viejo y continuado sueño de unidad que muchos españoles mantienen en pie desde los tiempos de Isidoro de Sevilla, por mucho que no se encarnase burocráticamente hasta el siglo XIX. Aunque quede malherido ese sueño, no será el binomio Sánchez-Puigdemont el que pueda matarlo.
Pese a que los actos violentos de una escasísima minoría intenten desprestigiar las manifestaciones contra la amnistía (vaya usted a saber por qué y por quién), estas probablemente seguirán –con casi seguridad veremos una demostración contundente el próximo domingo– para dejar claro que la sociedad española no está muerta ni dispuesta a ver cómo un presidente mentiroso se pasa por el arco del triunfo sus derechos y su historia, sólo para que él y los suyos sigan viviendo su romance con el poder.