
Notas al margen
David Fernández
Llanto por la falta de viviendas
VERICUETOS
Escribir una obra literaria cuesta muchas horas de dedicación y esfuerzo solitario. Cada palabra empleada surge de la mente como una flecha lanzada al aire en busca de un único objetivo: usarla de forma certera. Escribir no es redactar; eso es lo sencillo. Escribir comienza con una idea y, en cuanto esta te invade el pensamiento, se está la veinticuatro horas del día reflexionando sobre cómo continuar frases, párrafos, capítulos y, sobre todo, cómo desarrollar la trama. Es decir, no solo se escribe delante de la hoja en blanco, sino sobre todo cuando no disponemos de ella: desayunando, conduciendo, trabajando, socializando… En el baño, en la calle, en el mercado… Escribir es un ejercicio agotador y apasionante, a partes iguales. De ahí el sentimiento de orfandad y duelo que aparece cuando se finaliza un proyecto, dando lugar a un vacío inmenso que solo desaparece con una nueva idea que sirve de aldabonazo para repetir el mismo proceso una y otra vez. Escribir, por tanto, es vivir cada momento como un tesoro único, propio y a la vez ajeno, pero siempre intenso y lleno de esperanza.
En mi caso hablo de la escritura como el oficio que ejerzo como diletante, pero las sensaciones descritas en el párrafo anterior son comunes a todas las Artes. Crear es la cualidad más humana de cuantas hay porque implica un desinteresado acto de amor por lo creado, cuyo único afán es el de compartirlo para que otras personas lo disfruten. Un disfrute que jamás se acercará al gozo que siente el creador durante la gestación de su obra, pero que sirve para paliar en parte el daño provocado y el agotamiento que sufre el autor en su particular génesis, puesto que nada es igual en el interior de quien crea una vez se desprende de su criatura. Compartir es, por tanto, recuperar la esencia de lo entregado.
La creatividad es generosa. No busca la opulencia, pues siempre nace de la penuria. Tampoco anhela el reconocimiento, pues siempre surge del fustigante anonimato de las noches en vela… La creatividad es pura e inocente como chispa divina. Es el autor quien, en su vanidad, desea con todas sus fuerzas ser admirado, aplaudido y regado con lluvia de oro cual Dánae, pues ese debe ser el precio de desnudarse a la vista de todos… Por desgracia, a lo largo de la historia, pocos han sido los agraciados con el don de las musas y la gloria en vida.
A colación de todo ello, esta semana presenté en sociedad mi último trabajo y lo hice de forma desinteresada porque, a pesar de que siempre viene bien una bolsa cargada de maravedíes, lo único que busco es la trascendencia de mis ideas y un público al que le brillen los ojos cuando me escuchen y me lean. Ese debe ser el único afán del creador, ahí acaba su labor, siendo la misión del resto de mortales pagar convenientemente lo recibido de forma gratuita. Es decir, que aunque nosotros los creadores seamos esclavos del amor al Arte que profesamos, son ustedes quienes deben apostar por la cultura y pagarla en conciencia y en justicia. Porque no solo vivimos de pan, como humanos que somos; además, somos pontífices y psicopompos entre ustedes y lo etéreo. Así pues, inviertan en las Artes para que sigamos remando como Carontes y continuemos guiándoles por la laguna de sus vicios y virtudes, sin que sea necesario que estiremos nuestras falanges en busca de la limosna de sus monedas.
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