El Poliedro
Tacho Rufino
¡No hija, no!
Gafas de cerca
Cuando decimos “a rey muerto, rey puesto”, queremos decir dos cosas. Primera, que el tiempo corre que se las pela. Segunda, que, aunque así lo sintamos, nadie es imprescindible: un empleado, una pareja, un rey. Exagerado como toda sentencia en cápsula, se me vino a la cabeza este refrán de la mano de dos reportajes que, al alimón, leí en el periódico y vi en la tele: los árboles son un antídoto y un bálsamo para suavizar la crueldad climatológica de estas fechas. Menguan y faltan en las ciudades y los pueblos. Propongamos, de entrada, un lema: “A árbol muerto, árbol puesto... y dos de regalo”.
Como reza otro adagio, de Santa Bárbara nos acordamos cuando truena. El eterno retorno de la violenta canícula que cada año nos coge desprevenidos tiene que ver con la escasez de árboles en plazas, calles y avenidas. Y es que no se plantan por sistema, ni se reponen cuando acaban por morir. ¿No es este asunto uno de vital importancia? Vida: poder respirar, y no dar las boqueadas, ante el desafío de atravesar una plaza dura, o el de transitar por una acera junto a una calzada asfaltada... en cuyos límites los benéficos árboles brillan por su ausencia: como brilla su ausencia en los inclementes reflejos del sol sobre el pavimento. Biólogos y urbanistas los hay con mejor criterio, pero si hay un hábitat cotidiano, ese es el urbano. Si en nuestra humilde defensa transeúnte hay algo genuinamente BBB (bueno, bonito y barato), eso es un árbol. ¡Pues faltan a gritos!
Ideáfix, el menudo perro de Obélix, compañero de Astérix el galo, aúlla con dolor cuando su dueño arranca pinos y hayas para utilizarlos como proyectiles contra las legiones romanas (sus cohortes, sus manípulos y sus centurias). En la Península Ibérica –eso se dice– un mono podía atravesar el territorio de norte a sur sin poner un pie en el suelo, cuando todavía no se llamaba Hispania, que según una hipótesis significa “tierra de conejos”. No sólo a los gorriones, sino que también a los conejillos, les viene bien la sombra vegetal que los protege del sol, y a unas malas, de las aves rapaces. No es extraño que en países de cuyo desarrollo vamos a rebufo el ecologismo se haya hecho hueco en el panorama electoral. Cuando la política imperante degenera hasta el trajín de zoco y verbena, muchos abrazan la pseudoverdad proferida desde los púlpitos laicos. Achicharrados por el astro rey y por la política plebeya, otros transitamos hacia lo inmediato. Y el biotopo es una verdad inmediata, una reclamación vital. En vez de candela, ¿me da usted sombra, por favor?
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