La conquista de la arena

Gafas de cerca

27 de agosto 2024 - 03:08

Como respondió Arrabal a su tocayo Sánchez Dragó a la pregunta “¿conoces el amor homosexual, Fernando?”, algunos conocen la playa en verano “de oídas”. Vale decir por la tele. La escena muestra una yincana de señores y señoras de edad, a los que la Policía Local da el pistoletazo de salida de buena mañana, para que se apresuren a colocar sus sombrillas y butacas de rafia casi en el límite de la arena seca, la milla de oro de la orilla. Quienes llegan primero a esa tierra de promisión toman posesión de unos metros cuadrados. Tanta es la demanda de parcelas, que la autoridad se ha visto obligada a hacer retirar los tenderetes reservados para cuando el resto familiares tenga a bien llegar con el resto del ajuar. Se advierte con sancionar. (Comparar este pequeño rigor con el desamparo ante la okupación de una vivienda propia resulta más que desproporcionado; pero busquen, y hallarán).

Hay quien defiende que el asentamiento playero es un derecho preferente de los lugareños, pero el argumento se sostiene menos que un toldo del chino en una ventolera de levante, sur, norte o poniente. El caso es, con un ejemplo, el siguiente: una señora en bañador enterizo hace guardia en jarras en el centro de la zona de exclusión que ella misma ha delimitado con una sombrilla abierta, dos sillitas sin ocupante, un cestón y una toalla con chanclas en lo alto, ¡y con palos! Se ha ocupado de hacer visibles un par de soportes de otros quitasoles, que ha clavado para torear a la ordenanza y, es de creer, disuadir del todo a quien pudiera llegar con intención de invadir una porción de su indocumentado feudo. “Se están bañando, llevamos aquí desde primera hora, allí detrás hay mucho sitio”; vaya usted a escaldarse las plantas de los pies junto al botiquín, abajo de la escalera, donde las duchas. Aquí no vamos a caber.

Surgen rifirrafes y pequeñas manifestaciones por esta insospechada “conquista del oeste”. No es que hace veinte años fuéramos mejores ni peores, ni más gentiles ni menos ansiosos: es que ahora somos más llegando a todos sitios. Uno se diría “ojalá tuviera un barco, y así evitarme esto; pero, oye, se alquilan, y con marinero”. Y qué va: en bahías y calas va funcionando el numerus clausus. Cuando guardacostas y polis en calzonas se ven obligados a controlar estas cosas, cabe rendirse a la ley del más tempranero... hasta que haya que pagar en cualquier sitio, puede que cutre, por pasar una horita en una tumbona, o por fondear y abrir botellines de exclusivas maneras. (“¿Tiene usted reserva?”: hartible mandato post pandémico).

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