El discurso del Rey

VERICUETOS

28 de diciembre 2024 - 08:00

Nuestro monarca no tartamudea. No le teme a los medios de comunicación; hasta se casó con una periodista. Jamás ha demostrado miedo escénico. Es elegante en las formas y se le confiere una elevada inteligencia fruto de la educación recibida. Como símbolo de la unidad nacional no podría encontrarse un espécimen con mejor percha; sin embargo, no convence.

Como todas las Nochebuenas, sentado él en un sillón rodeado de lujo y ostentación, yo me esmero en pelar una gamba sin prestar la más mínima atención a sus palabras. Ya las escucharé al día siguiente, aunque creo que ya las escuché el año pasado, o el anterior, o hace una década, o el 23-F… Todos los reyes hablan igual, una y otra vez, eternamente. En ese momento solemne mi mundo acaba en ese crustáceo que se me resiste y todo cuanto veo en la pantalla del televisor me parece un déjà vu, del cual solo parece actual la fotografía sobre la monárquica mesa. Comiendo con las manos y con una buena mancha en la chaqueta es como mejor se comprende lo anacrónico de la realeza y sus privilegios molestan en la inmensa mayoría de cenas familiares, en las que se presencia su discurso como quien oye hablar al cuñado de turno. La prosodia cansina, anodina y borbónicamente superficial acaba por adormecernos y vence cualquier resistencia o cambio de canal, porque Su Majestad es ubicua y no se puede escapar de ella si no es apagando el aparato, cosa que nadie hace porque mejor eso que mirarse las caras.

Pero es sonar el himno de despedida y exclamarse al unísono en toda España: ¡Ale, hasta el año que viene! Porque en el fondo esa es la realidad: como los Reyes Magos, el Rey trabaja una noche al año. Y ya puede esmerarse en demostrar que tiene una agenda abrumadora, ir a Valencia a diario, acabar con el hambre en el mundo o traernos churros todas las mañanas, que seguiremos pensando lo mismo, porque no convence.

Y no es que no convenza como persona, porque es majo, sino como institución. Y si subsiste es solo por la sacrosanta Constitución, que nadie se atreve a tocar cual Torá, y porque es tan mezquina la clase política española que se prefiere a un títere vitalicio antes que a un carrusel de parásitos y mamarrachos dándose la vez y haciendo cola. No sé ustedes pero me da la descorazonadora sensación que, camino como vamos del medio siglo de democracia, solo ha servido para darnos cuenta de que necesitamos una autoridad fuerte que nos marque el paso porque somos ingobernables y que a día de hoy ni el Rey es capaz de ello. Por eso no convence. Por flojo. Quién sabe si no acabará como Amadeo… Yo, mientras tanto, seguiré comiendo gambas con las manos, que ya sabemos que la Navidad son sobras.

También te puede interesar

stats