Vericuetos
Raúl Cueto
Sarajevo
Monticello
Los dos filósofos se conocieron hace décadas en un congreso sobre Descartes. En común tenían la apuesta por la filosofía clásica en un tiempo filosófico de deconstrucción. Francis Wolff tuvo como maestros a Foucault y a Althusser, pero dedicó a Sócrates su primera obra. Víctor Gómez Pin frecuentó a Derrida y a Lacan, su tesis fue sobre Aristóteles. Creo que Víctor asistió antes que el francés a una corrida de toros. Él, con otros amigos, como González Troyano, participó del océano vital del maestro Antonio Ordoñez. Francis sólo necesitó un viaje iniciático al coso de Nimes para consagrar su afición. Educado en la geometría de Paco Ojeda, Wolff ha buscado en la tauromaquia el equilibrio entre la gracia y la conmoción. Ambos fueron de José Tomás. Por ética intelectual Víctor y Francis han sometido su afición al tribunal de razón. Dos obras, La escuela más sobria de vida, del primero, y Filosofía de las corridas de toros, del segundo, son hasta hoy la defensa ética más elaborada de la tauromaquia. Ambos trabajos convergen en reivindicar la singularidad del estatuto moral del hombre respecto a los animales. El ser que cuenta es el último libro de Víctor, en el que se interroga sobre si esa singularidad resiste al desarrollo de la inteligencia artificial. La particularidad evolutiva del lenguaje humano que servía a Gómez Pin como criterio diferenciador del hombre respecto a los animales, vale aquí también para deslindar el valor de nuestro ser frente a las entidades algorítmicas. Hace años, Francis defendía la utopía humanista y cosmopolita, frente a la animalista y la transhumanista, como genuina opción moral de este tiempo. También sus trabajos sobre Nuestra Humanidad o, el más reciente, ¿Tiene un valor la vida?, pueden leerse como una respaldo filosófico a ese concepto jurídico intangible que es la dignidad humana. La relevancia que la experiencia ética del arte de torear ha tenido en la radical defensa del humanismo de quienes son dos de los grandes filósofos europeos vivos, resultará paradójica para quienes insisten en vincular esta tradición con los peores atavismos. Desde la estirpe racionalista y secularizada en que militan y desde su veneración hacia el arte, Víctor y Francis han situado, a través de su obra, la conciencia de la singularidad humana como el eje moral de nuestra época. Hay también, desde su lejano encuentro cartesiano, una radical camaradería entre estos dos hedonistas hijos del sesenta y ocho, algo que confirma la vieja tesis de Francis según la cual el hombre, al fin y al cabo, “es el animal que tiene amigos”.
También te puede interesar
Vericuetos
Raúl Cueto
Sarajevo
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
La excavadora y la Cruz
En tránsito
Eduardo Jordá
Lluvias
La ciudad y los días
Carlos Colón
Elogio de la Biblioteca de Carfax