Los genes, con lo chicos que son

Gafas de cerca

04 de agosto 2024 - 03:11

Uno no podía imaginar que existiera una disciplina denominada Ciencias del bienestar. Mucho menos que, como afirma el biólogo y sociólogo italiano David Lumera, a la sazón bienestólogo, “las personas gentiles viven más y con mejor calidad porque esa condición impacta a nivel genético”. Cabe conceder que los gentiles vivan mejor su vida, pero te deja a cuadros leer que “hacer voluntariado social a partir de los sesenta” pueda modificar para mejor una estructura genética. Azarosamente, hace unos años, de vuelta en taxi de una presentación del Anuario Joly, compartí asiento y grata charla con un veterano profesor de Biología Molecular, realmente una persona sabia, gentil y amable, que, regalándome la condición de periodista, me dijo algo así: “Ese cliché de moda con el que afirmáis que alguna cualidad ‘está en el ADN’ de una empresa o un club deportivo es una falacia, una temeridad acientífica; ¿no basta con llamarlo personalidad?”. La carga genética no cambia mucho o nada, deduje.

Suelo soltar una de esas frases recurrentes que nos acaban por hacer pesados; una compañera de la facultad me la brindó. Su genial autora era manchega, quizá su madre: “Hay que ver los genes... ¡con lo chicos que son!”. Probablemente, ser amable –serlo de verdad– sea una condición o una actitud, y aunque dudo de que quien no sea gentil por naturaleza se pueda convertir en tal, lo que me pasma es que la investigación proponga que cultivar la gentileza, y más en la edad provecta, pueda modificar no ya tu personalidad, sino los terminales de tu ácido desoxirribonucleico (el ADN, ese tirano químico). Y, ya puestos, afectar al tono de voz, al color de los ojos, a los gestos y a la risa, o al riesgo de tener la tensión alta. Pero científicos tienen Harvard y las universidades de periferia. Ahí no me meto: ni idea de qué son los genes. Me basta con esperar que mis hijos no reproduzcan mis defectos.

Creyente poco aplicado del teresiano camino de perfección, uno se pregunta: ¿puede hacer alguien algo frente a lo que por completo desconoce y es ajeno a su voluntad, como los cromosomas y las células diploides, sean esas cosas lo que sean? Pues a lo que dicen, sí. No ya de bregar con la pesada marca de un trauma de la infancia o un accidente terrible, sino que pueda la voluntad obrar un milagro de reconvertirte en fraternal. Ojalá. Todo esto recuerda a aquella aseveración que estuvo de moda hace unos años: “No se puede ser buen directivo sin ser buena persona”. ¿Quién se siente mala persona? ¿Viven más las buenas personas? ¿Y viven mejor y con más éxito que las malvadas?

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