Gafas de cerca

Tacho Rufino

Pequeño mundo

11 de noviembre 2025 - 03:11

Fue Cristóbal quien me habló de Stanley Milgram y su (no) Teoría de los Seis Grados de Separación. Digo “(no) teoría” porque no fue él quien enunció la hipótesis que sugería que cualquier persona estaría conectada con otra desconocida mediante no más de cinco intermediarios. Fue el escritor húngaro Karinthy quien la ideó y propuso, haciéndola plausible en 1929. Mucho después, en 1967, sí fue Milgram quien contrastó la teoría con una investigación empírica con el delicioso título de Experimento del Mundo Pequeño. Gringocentrista, sus indagaciones las realizó en su mundo pequeño, EEUU.

Hoy me hallo cumpliendo la sacrosanta obligación académica que me encasquetó un sorteo: formar parte de una mesa electoral para dilucidar quién será el rector durante no más de seis años: espero que ese preciso número no sea un periodo de separación del vencedor con su poliedro de criaturas; queda por descontado que el mundo de mi universidad sea pequeño, porque aunque sin duda entre dos miembros cualquiera de esa masa el “¡eureka!” no llegará antes a tres intermediarios, antes de dar con alguna forma de conexión de sus caminos de carrera, gestión, conserjería, mantenimiento estudiantil, docencia o investigación.

Al toparse en una caseta de feria con alguien que no veía desde hacía mucho: “¡Qué pequeño es el pañuelo!”. Cambien Stanley por Ismael, 6 grados por 15 de cerveza y manzanilla, un mundo que es un pañuelo y por un mundo pequeño aunque ferial, y concluirán que encontrarse allí a un amigo del alma es seguro. Y más con el alma sandunguera y una dislexia puntual hija del nivel de cerveza y de vino generoso en sangre y ánimo.

El mundo ahora es mucho más millonario en habitantes que en 1967, y no digamos que en 1927, mas, por mucho que la palabra globalización ya no la dice casi nadie por consabida y manida, el planeta es más pequeño, y los grados de separación, ya aplicados a los territorios, países y territorios geoestratégicos, o las disputadas “tierras raras” se huelen muy de cerca, si es que no se dronean y amenazan: enlaces arancelarios, de rearme y bélicos; diversidad y disparidad creciente entre países de una misma órbita socioeconómica como nuestra UE, en cuyo interior prolifera la encendida negación de lo que nos unía, y abunda el cómplice del histórico socio que, de repente, se nos cachondea.

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