Notas al margen
David Fernández
Los portavoces espantapájaros del Congreso
Postrimerías
Para Joseph Campbell, el gran autor de obras monumentales como Las máscaras de Dios, la senda abierta por la arqueomitóloga Marija Gimbutas podía ser comparada a la de Champollion cuando descifró la lengua jeroglífica. Acuñadora del sintagma vieja Europa para referirse a las culturas que dejaron huella en el continente antes de la llegada de los pueblos indoeuropeos, la estudiosa lituana combinó los datos de la lingüística y la antropología con los que aportaban los yacimientos arqueológicos, deduciendo tesis no indiscutidas pero indudablemente fecundas como la que postulaba el antiguo culto de la Diosa –recogida por el propio Campbell o también por Robert Graves– que habría precedido a la no pacífica irrupción de las religiones patriarcales. Por oposición a los grupos nómadas de pastores y guerreros, portadores de las lenguas que evolucionaron a las nuestras, aquellas primitivas sociedades habrían sido matrilineales, agrícolas y sedentarias, sin que algunos de los símbolos de su imaginario, en particular los relacionados con el alumbramiento y la fertilidad, desaparecieran del todo en los milenios posteriores. Más recientemente y en relación con un pasado aún más remoto, los estudios de la paleoantropóloga Marylène Patou-Mathis, autora de El hombre prehistórico es también una mujer, destacan la falta de evidencias que corroboren una división sexual marcada por la que los varones del Paleolítico serían cazadores y productores de arte o herramientas y sus compañeras, como en la cueva de los Picapiedra, se limitarían a criar a los hijos. En las recreaciones de esa humanidad antiquísima, las hembras sapiens suelen ser invisibles o desempeñar un papel muy discreto, en consonancia con persistentes estereotipos que proyectan los prejuicios de los prehistoriadores. Nunca podremos saberlo con certeza, pero a veces las intuiciones de la poesía llegan adonde no puede la ciencia. Releemos a modo de homenaje ya póstumo la obra de Julia Uceda y se nos vienen a la cabeza estas consideraciones a propósito del maravilloso poema La primera, incluido en su libro Zona desconocida, donde la poeta, en una de sus habituales visiones de las edades primordiales, tan influidas por las ideas de Jung, concede el protagonismo a una lejanísima antepasada: “…ella/ la primera, la sin memoria,/ sin hoy/ ni ayer/ […]/ la sin historia, la sin otras/ que, antes, la enseñaran”, planteando en términos emocionantes el viejo problema de las relaciones entre el pensamiento y el lenguaje. Acaso, dice Julia, aquella pionera repitió las voces hermanadas de la piedra o la sagrada encina, “sin saber qué decía en su tierno alarido”.
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