Confabulario
Manuel Gregorio González
R etrocediendo
La Barqueta
Si no lo han pensado alguna vez, en el último tercio del siglo XIX, el flamenco se disfrutaba en Sevilla de la misma manera que en la actual Bienal. Cada día había espectáculos en varios escenarios a la vez, los de los famosos cafés cantantes. Unos iban al Café del Burrero, en la calle Tarifa, otros al Salón de Silverio, en la calle Rosario, y los más exquisitos al Café de Juan de Dios, El Filarmónico, que daba a dos calles, Amor de Dios y Trajano. Le llamaban de Juan de Dios porque lo regentaba Juan de Dios Domínguez Jiménez, que era hijo del cantaor y torero El Isleño, de San Fernando.
Es sabido que una vez que Manuel Ojeda El Burrero y Silverio Franconetti rompieron la sociedad y cada uno eligió su camino, competían programando a ver quién vendía más botellas de manzanilla. Si don Manuel contrataba a Fosforito el de Cádiz, don Silverio programaba a Chacón y contó Fernando el de Triana que cuando uno acababa, el público se iba a escuchar al otro, con lo que la calle Tetuán se llenaba de aficionados en dirección a la Campana, como ocurre hoy en la Bienal, que no ha acabado lo del Lope de Vega cuando ves a los aficionados corriendo por la Puerta de Jerez para llegar a tiempo al Hotel Triana.
Fue Silverio el impulsor de los cafés cantantes que programaban flamenco, pero no quien los inventó. No tuvo el suyo propio, en solitario, hasta 1881, cuando abrió el Salón Silverio en Rosario, 4, en un local que luego fue la famosa Farmacia el Globo, cuya fachada daba a Tetuán. Lo cerró en 1888, meses antes de su muerte, cansado del acoso de los periódicos de la ciudad y de los poderes fácticos. Fue a Madrid para intentar abrir café en la capital de España y al regreso se sintió mal y murió en su domicilio de la Plaza de San Francisco el 30 de mayo de 1889.
Silverio no tiene ni un mísero azulejo en la calle donde nació, Odreros, en la Alfalfa. Vivió en calles como Mesón del Moro, Albareda, Potro y Alameda de Hércules, y prácticamente fue el padre del flamenco. Vino de Sudamérica en 1864 con la firme intención de dignificar el arte andaluz, que era algo marginal en Andalucía. Con Silverio y su visión comercial empezó el despegue de lo jondo. Precisamente, se acaban de cumplir 160 años de la gesta y nada lo recuerda en Sevilla, ni siquiera la Bienal, que solo está para vender entradas y enchufar a los amiguetes. Pobre Silverio, que cantaba aquellas cabales tan tristes: “¡Ábrase la tierra,/ que no quiero vivir…!”
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