Por qué nos sigue interpelando la figura del poeta y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini? Esta es la pregunta nos la hacemos a cincuenta años de su asesinato en la playa de Ostia, en la periferia de Roma. La crueldad con la cual fue sacrificado recuerda algunas escenas de su película Medea, en la que el pueblo, canibalizado, decide comerse al que hasta entonces era su dios.
Pasolini era un hombre de gran sensibilidad, que estuvo afiliado a movimientos cercanos al fascismo poético al estilo de Gabriele D’Annunzio. Hipercrítico con la realidad que vivía, finalmente derivó al partido comunista, donde actuaba discretamente, como un verso libre, sin más obediencia que a sí mismo. Embebido por la idea motriz de pueblo, realizó una investigación catalogable de “etnográfica”, que dio lugar al libro La poesia popolare italiana. Con este motivo, y dándose cuenta de que en Italia se estaban produciendo mutaciones sociales y culturales y políticas que sobrepasaban lo propiamente político, en los artículos que publicó en Il Corriere della Sera, y que luego agrupó con el título de Scritti corsari, se preguntaba por los efectos de la sociedad de consumo entre los italianos. Uno de aquellos artículos se llamaba: Estudio sobre la revolución antropológica de los italianos.
Fue a mitad de los años setenta, en la temprana madurez de Pasolini, que ya había tenido grandes éxitos, como el libro I ragazzi della vita, cuando se acercó a la Universidad de la Sapienza. El director de departamento de Antropología, un tipo poseído de sí mismo, lo rechazó. Me contó el profesor Alberto Sobrero, quien escribió un bello libro sobre Pasolini y la antropología, que la razón última fueron los celos por el éxito literario del poeta. Los antropólogos de la época, que, sin embargo, siguiendo la senda abierta en Italia por el gramsciano Ernesto de Martino, eran muy lúcidos y comprometidos en el plano moral, no depararon, sin embargo, en el artículo de Pasolini sobre las luciérnagas y la inquietante desaparición de estos insectos en la modernidad. Tampoco, yo hasta que no lo leí no caí en la cuenta. La última vez que vi relumbrar las luciérnagas en el crepúsculo fue un verano a orillas del lago Cayuga, en el estado de Nueva York, allá por 1996. Fue una viva emoción, que me trajo al recuerdo que eran muy comunes en los veranos de mi infancia. Pasolini tomó como metáfora de los males que aquejaban a la sociedad capitalista la desaparición de las frágiles luciérnagas.
En Pasolini latía la fuerte pulsión cristiana, de la pasión, concebida como en Medea como un sacrificio caníbal, de un pueblo troglodítico, con escenario en la Capadocia turca. En otros de sus filmes vuelve sobre el tema. En El evangelio según Mateo, rodado en Matera, una localidad troglodítica marcada por la pobreza del sur, el actor principal, un jovencísimo catalán, militante de las juventudes comunistas, Enrique Irazoqui, encarna a un Jesucristo, cuya figura adquiere el vivo dramatismo una inmolación sacrificial.
Todos los analistas coinciden en señalar a Salò o los 120 días de Sodoma, de 1975, con su crudeza despiada contra el fascismo, como uno de los probables motivos de su asesinato. Ostia, donde murió, tiene unas ruinas romanas muy notables, al fin y a la postre fue el puerto de la gran urbe imperial. Sus playas lucen una luz dorada soberbia, mientras todos los lidos han sido privatizados. Me contaron que una mafia local poderosa tiene el control férreo de los baños. En Italia todo está tejido con esta terribilità, de descenso a los avernos –el lago Averno napolitano está en un viejo cráter volcánico, cercano a su vez a la gruta de la Sibila–, y de lo más sublime. Antros y laberintos manieristas, como Bomarzo, nos recuerdan ese mundo telúrico. Pasolini, carne de martirio, pagó su osadía, de desvelar los más bajos impulsos fondos de la sociedad, con su muerte. No encontró la respuesta ni en el fascismo ni en el comunismo, mientras rechazaba la democracia consumista y pequeño burguesa. Célebre es su animadversión a los estudiantes revolucionarios de las postrimerías del 68, a los que consideraba niñatos, hijos del consumismo. No otro es el significado antropológico de un asesinato del que a primeros de noviembre se cumplió medio siglo.