La plazuela sevillana puede definirse como una pequeña plaza rodeada de casas o edificios monumentales y en la cual confluyen varias callejuelas. La mayoría de ellas nos ofrecen llamativos árboles, entre los que predominan los simbólicos naranjos agrios. Visitaremos cuatro plazuelas de sumo interés histórico-artístico donde perduran los sosegados ecos vitales del excelso pintor Bartolomé Esteban Murillo. Comenzamos la ruta en la Plaza del Museo, que engloba una valiosa pinacoteca con un buen compendio de sus magníficas obras y que resulta presidida por una estatua del pintor rodeada de naranjos, jacarandas, árboles de Júpiter, dos majestuosos ficus de Bahía Moretón, un magnolio y otras especies vegetales. Nos dirigimos después hacia la Plaza de la Magdalena, junto a la cual se ubicaba la vivienda paterna de la calle San Pablo donde nació Murillo, siendo bautizado el 1 de enero de 1618 en su Iglesia de la Magdalena (derribada en 1810 por los franceses) y contrayendo matrimonio en la misma en 1645 con Beatriz Cabrera; nos muestra en la actualidad ocho naranjos intercalados entre igual número de espléndidos magnolios. Encaminamos nuestros pasos hacia la Plaza de las Mercedarias, donde trece naranjos y tres jaboneros de la China custodian el alma mística de un espacio a modo de compás compartido por los conventos de las salesas de la Visitación y las mercedarias de San José; a pocos metros se levanta la Iglesia de San Bartolomé, antigua mezquita y sinagoga, de la que Murillo era feligrés al vivir en la calle San Gerónimo (actual Sanclemente) durante casi dos décadas.
Finalizamos el paseo caminando por las callejuelas Ximénez de Enciso y Santa Teresa para llegar a la Plaza de Santa Cruz en el barrio del mismo nombre, que también contuvo un templo islámico, uno hebreo y otro cristiano. Las raíces de una veintena de naranjos y de un guayabo del Brasil acarician en este sagrado lugar las eternas cenizas de Murillo, fallecido en 1682 en una de las casas de la desaparecida calle Puerta Chica en el flanco sur de la plazuela. Fue enterrado en la capilla de los Auñón de la primitiva Iglesia de Santa Cruz, una de sus “capillas cerradas”, donde se hallaba en origen el Cristo de las Misericordias que sale en procesión el Martes Santo de la actual Parroquia de Santa Cruz. El templo gótico-mudéjar sería demolido por los franceses en 1811 y los restos del artista quedaron desperdigados en el subsuelo sobre el cual se yergue la Cruz de la Cerrajería del siglo XVII, hermosa filigrana artística que nos cautiva.
Hemos realizado un interesante recorrido entre el bullicio de la urbe para acceder a cuatro sublimes plazuelas que emanan reflejos de su palpitante historia y guardan en sus entrañas el hálito imperecedero del inigualable pintor de inmaculadas y mendigos. Al sumergirnos en ellas, quedamos envueltos por los efluvios sensuales de unas fantásticas arboledas aromatizadas por naranjos agrios y rozamos el alma etérea de la inmortal Sevilla.