Miguel Ángel del Arco: "La hambruna de los años cuarenta pudo haberse evitado"

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El historiador Miguel Ángel del Arco. / Efe/Miguel Ángel Molina

EL HAMBRE COMO ARMA. El catedrático Miguel Ángel del Arco (Granada, 1978) ha centrado su investigación en el estudio de la guerra civil, la posguerra y el fascismo, abordando temas como la represión, la memoria o las políticas agrarias de la dictadura. En La hambruna española (Crítica) desmonta las justificaciones del franquismo y desvela el carácter estructural de uno de los episodios más desoladores de nuestra historia.

–En el franquismo hubo, repite, tres excusas que se presentaron como la confabulación judeomasónica perfecta: guerra, sequía, aislamiento.

--Los mitos del franquismo –no podemos hablar ya de mentiras porque fueron de gran utilidad y prefiero hablar de mitos– tienen por supuesto una parte de verdad: hubo una guerra, una sequía y una II GM. A partir de ahí, todo era mentira, y es que no podemos explicar más de 10 años de hambre sólo recurriendo a esos motivos. Las destrucciones de la guerra no fueron tan grandes y bueno, fue un conflicto provocado por el propio franquismo. El bloqueo sucedió porque estaba al lado de Hitler y pensando unirse a la guerra. Y la sequía, de pertinaz, nada: explicaría como mucho la segunda hambruna, la del 46, pero fue sólo un año. Todos esos mitos echan, además, balones fuera. Pero una de las formas de desmontar esas falacias es compararlas con conflictos y escenarios parecidos.

–Con los vencidos de la II GM, por ejemplo, que se recuperaron en un lustro frente a nuestros, ¿quince años? O el racionamiento en Reino Unido, que no fue tan desastroso.

–Y en el caso europeo hablamos de ciudades y tejidos industriales completamente arrasados. Respecto al racionamiento, uno de los principios de un sistema así es que tiene que dar la sensación de ser justo. Pero los racionamientos nunca se cumplían y la cantidad y calidad de las cosas eran pésimas. Tampoco puede durar mucho tiempo, y aquí estuvo más de una década. Igualmente, no se podía creer que era por el bien común, porque se veía que unos pasaban hambre y otros se enriquecían. Y, por último, no puede afectar a todos los productos, mientras que aquí se hizo tábula rasa.

–Estaba también el empecinamiento en la autarquía, cuando se veía que no funcionaba.

–Pero beneficiaba a gente que hizo grandes fortunas. La autarquía es una forma de control social sin paliativos. Si un obrero se centra en sobrevivir, lo desactivas: los mismos gobernadores civiles decían que si la gente comiese, habría un problema. Ten en cuenta que el nivel de producción agrícola e industrial de antes de la guerra no se recuperó hasta mitad de los 50. El régimen se pasaba además todo el rato hablando de victoria, por si se olvidaba, nunca de reconciliación ni de paz.

La cultura de la victoria del franquismo legitimaba la prosperidad de los vencedores y el castigo de los vencidos"

–Al insulto de la mentira del bloqueo, se une que se racaneó también la ayuda internacional.

–Un ejemplo de que el franquismo puso siempre la ideología e intereses políticos vinculados a Hitler por encima del interés de los españoles.

–La gente sabía que existía una relación directa entre el hambre rampante y la corrupción de las élites. Pero hasta nuestros días ha llegado la especie de que con Franco no había corrupción.

–Es que tuvieron cuarenta años para escribir su propia historia. Además, nos quedamos mucho con el final, decimos que Franco creó la clase media, que nos llevó a la sociedad de consumo, y hasta que trajo la democracia. Pero lo mismo que se personaliza el triunfo de los 60, él estaba ahí también en los 40, con los discursos de autarquía y victoria en completo sinsentido. Y en los 40 hubo una hambruna que se ocultó y que podía haber sido evitada.

–Una hambruna que fue mucho más dura en el sur del país.

–Primero, porque había más población y, segundo, porque la polarización era mayor. El franquismo temía a las grandes ciudades, con lo que los grandes abandonados fueron los pueblos.

–A pesar de todo, afirma que no hubo voluntad deliberada de matar de hambre a los vencidos.

–Sí que había, desde luego, una cultura de la victoria que legitimaba la prosperidad de los vencedores y el castigo del perdedor. Pero lo comparas con el caso nazi, por ejemplo, y es distinto. Los alemanes te ponían clarito que los eslavos tenían que consumir 1.200 calorías y los judíos, 600. Aquí no pasó eso, pero el hambre fue un arma mortal que se activa y a la que no se pone remedio. No se alteraría, de hecho, hasta la huelga de tranvías del 51 en Barcelona, que fue muy relevante y donde la gente pedía el fin de la autarquía. Se había acabado ya también el trigo argentino. Otro factor que coincidió en el tiempo fue que Estados Unidos estaba ya negociando los pactos del 53, y tenían claro que aquí no podía haber una revolución. De nuevo, se cambió por propia supervivencia, no por el interés del pueblo.

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