Una biografía ‘antifranquista’ de Franco

FRANCO: 50 AÑOS, 50 HISTORIAS [46/50]

El historiador Julián Casanova ha dedicado 40 años a estudiar la vida y ‘obra’ de Franco. El resultado es una biografía con importantes lagunas: no hubo violencia en el 34 ni fraude en las elecciones de febrero del 36

Portada de la biografía de Franco escrita por el historiador Julián Casanova. / M. G.

Stefan Zweig escribió la biografía de Casanova y Casanova ha escrito la biografía de Franco. Es encomiable el trabajo de documentación realizado por el historiador Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) tras la pista de un personaje al que se tiene muy bien estudiado. Curiosamente, como dice al final del libro, esta obra es el resultado de una indagación que ha llevado a cabo “a lo largo de los últimos 40 años”. El mismo tiempo que duró la dictadura de Franco.

El libro se titula Franco. Sin más. En la solapa de la contraportada es como si dieran por cerrado el caso. “Hoy, con este relato magistral, la reconstrucción biográfica está completa”. Casanova sabe de Franco muchas cosas que hasta sus hagiógrafos más perspicaces seguro que ignoraban. La Fundación Francisco Franco es una de sus muchísimas fuentes bibliográficas.

Sin poner en entredicho la valía de este trabajo, su concienzuda porfía por contrastar los datos, estamos ante una biografía antifranquista de Franco. Me he dejado llevar por uno de los dos elogios que avalan la obra. El primero es de Paul Preston, maestro al que menciona en el capítulo de los agradecimientos. El segundo es Luis García Montero, director del Instituto Cervantes. Comparto totalmente su afirmación: es un libro que van a disfrutar más los lectores que los profesionales. Tiene tantas lagunas de sesgo o de orientación que aun pudiendo pasar el listón de muchos de sus lectores, no ocurriría lo mismo con un buen número de historiadores.

Para Julián Casanova no existió fraude en las elecciones del 16 de febrero de 1936. Una cantidad ingente de irregularidades a las que los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa dedican las más de 600 páginas de su libro 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. Una obra que obviamente no figura en las más de 20 páginas de bibliografía de la biografía de Franco.

Tampoco existió el precedente de la Revolución de octubre de 1934 iniciada en Asturias. “Sin 1934 igual no habría habido 1936”, dice el protagonista de la novela de Andrés Trapiello Me piden que regrese, ambientada en la España de 1945 tras el atentado de una célula comunista contra la sede de Falange en Cuatro Caminos.

En la biografía de Franco sólo hubo violencia en la zona nacional. No hay referencias a la violencia revolucionaria de la que dan cuenta libros recientes, ambos objeto de importantes premios, como Retaguardia roja, de Fernando del Rey, o Fuego cruzado, del mismo autor y de Manuel Álvarez Tardío, los dos libros editados por La Galaxia Gutenberg. Ninguno de ellos figura en la bibliografía. En el primero, su autor cuenta el caso de Castellar de Santiago, un pequeño pueblo manchego próximo a Valdepeñas en el que “fueron 46 los derechistas y falangistas víctimas de la represión revolucionaria”. Con el caso singular de que las “personas de orden”, con el alcalde a la cabeza, se afiliaron al Partido Comunista como seguro de vida, “ya que la mayoría de los integrantes de dicho partido en este pueblo eran personas de derechas”. Casanova cita dos veces a Agustín de Foxá, autor de la novela Madrid de corte a checa, pero no aparece una sola vez en todo el texto la palabra checa, el laboratorio del terror de los partisanos.

Nadie discute a estas alturas la complicidad y connivencia de la Iglesia católica con los militares sublevados. El biógrafo de Franco lo documenta con pelos y señales de una guerra que termina el 1 de abril de 1939, Sábado de Pasión. “La guerra había sido una forma violenta de Cuaresma en la que los españoles habían expiado sus pecados y la victoria significaba la resurrección”, escribe Casanova. Hay ejemplos sangrantes, como la claudicación de Enrique Pla y Deniel, arzobispo de Salamanca, que les cedió su palacio episcopal a Francisco Franco y su cuñado Ramón Serrano Suñer con sus respectivas esposas, las hermanas Carmen y Ramona Polo.

La Iglesia fue cómplice, pero sufrió el exterminio de casi 7.000 curas, monjas y seminaristas"

En el libro no se dice (casi) nada de la persecución religiosa, que en términos materiales, según datos de Fernando del Rey, se saldó con 218 iglesias incendiadas, amén de otras 218 profanadas o asaltadas. El clero fue objeto de una operación de exterminio. El único gremio que en algunas zonas, como la diócesis de Barbastro, se vio completamente borrado del mapa. Hay un punto de banalidad en estas matanzas cuando el autor habla de estos Mártires de la Cruzada que caían en el frente “alabando a Dios y vitoreando a España”. Pudo ser un mecanismo de autodefensa. En su perfil de Franco en el libro 1000 protagonistas del Siglo XX (El País), Eduardo Haro Tecglen empezaba con una frase de Mola dedicada a su compañero de cuartelazos: “Ni mujeres, ni misa…”.

Hay una desproporción de tratamiento por parte de Casanova, autor del libro La Iglesia de Franco, entre la vileza de la jerarquía católica en su colaboracionismo y el pogromo contra curas, seminaristas, monjas y frailes. Una sangría especialmente cruel en noviembre de 1936 que como el propio Casanova precisa frenó el nombramiento del sevillano Melchor Rodríguez (el Ángel Rojo) cuando fue nombrado Inspector de Prisiones. Para describir esa persecución religiosa se vale de los valientes testimonios de republicanos que pese a denunciarla fueron ejecutados por los nacionales: Julián Zugazagoitia, ministro de la Gobernación de la República; Lluis Companys, presidente de la Generalitat de Cataluña, o Joan Peiró, anarquista, ministro de Industria en el Gobierno de Largo Caballero.

Se refiere Casanova a los “casi 7.000 miembros del clero asesinado”, sin precisar una referencia bibliográfica que sin embargo sí aparece en su admirado Paul Preston. En su obra El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después (Debate) escribe que “el estudio más fiable de la persecución religiosa durante la Guerra Civil corresponde a Monseñor Antonio Montero, cuyos cálculos cifran en 6.832 el número de sacerdotes o miembros de distintas órdenes religiosas asesinados o ejecutados”. Se refiere a la obra Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939, que publicó en la Biblioteca de Autores Cristianos Antonio Montero (1928-2022), que fuera obispo auxiliar de Sevilla con Bueno Monreal y murió siendo obispo emérito de Mérida-Badajoz.

Uno espera que haya sido una coincidencia. Cuando toda España, al menos la formada por el gremio de los historiadores, se ha enterado de una exposición comisariada por Alfonso Guerra y Eva Díaz Pérez que ha pasado por Sevilla, Burgos y la Academia de la Lengua para desmontar la falacia de las dos España a partir de la de los Machado, Julián Casanova elige a ambos hermanos como exponentes de ese enfrentamiento cainita. Un verso de Antonio Machado en la defensa de Madrid, ¡Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena, / rompeolas de todas las Españas!. Un verso de Manuel Machado de loa a Franco: Caudillo de la nueva Reconquista / Señor de la España que en su fe renace. El 1 de octubre de 1936, cuando Franco es proclamado general de los Ejércitos en Burgos, Manuel Machado, huésped de la pensión Filomena, sale de la cárcel de la capital burgalesa.

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