El comunista que le salvó la vida a Franco
FRANCO: 50 AÑOS, 50 HISTORIAS [45/50]
La Guerra Civil se convirtió en género literario y Franco en uno de sus personajes. En una novela tratan de envenenarlo, en otra lo liberan del ataque de un jabalí. El general que ganó la guerra y perdió la narrativa
SI la Guerra Civil es uno de los principales nutrientes de la literatura española, Franco es sin duda uno de los personajes de esa temática casi convertida en género literario. Como muestras, el libro Partes de guerra (Catedral), 40 relatos sobre el conflicto con selección y edición de Ignacio Martínez de Pisón. Ernest Hemingway y John dos Passos se buscaron coartadas laborales para estar en los frentes y en los despachos. Autores a los que dedicó su tesis doctoral la catedrática de Filología Inglesa Pilar Marín, casada con un norteamericano, Jerry Johnson, que se especializó en Juan Ramón Jiménez y fue cónsul de EEUU en Sevilla.
Ésta es sólo una pequeña antología de textos en los que Francisco Franco es personaje nuclear en unos casos, tangencial en otros, de diferentes historias. Juan Bas (Bilbao, 1959) es autor de la novela Alacranes en su tinta (Destino). Su segunda parte se titula Confesiones de un catador de Franco. Cuenta que a partir de septiembre de 1936, “Franco extremó las medidas de seguridad en torno a su persona”, en especial a partir de la muerte en accidente de aviación del general Mola el 3 de junio de 1937. “Se convirtió en un auténtico maniático por temor a un atentado”.
Una de sus precauciones fue contar con dos catadores que “sirvieran de conejillos de indias ante un hipotético veneno”. El primero la probaba una hora antes de la comida; el segundo, a plato servido. Hasta abril de 1939 usó con esa misión a un cabo de la Guardia Civil que perdió la vista en el asalto al Alcázar de Toledo y a un obeso falangista. En 1940, sólo para sus estancias veraniegas en el Palacio de Ayete, en Guipúzcoa, renueva la plantilla con otros dos catadores. Uno de ellos, con sueldo de sargento de requetés, es el padre de quien cuenta este relato dentro de la novela. Su hijo entra en el servicio para sustituir al otro compañero. La historia se acelera cuando en 1959 se crea ETA y la organización, en 1962, un año después del accidente de montería de Franco, organiza un plan para envenenarlo. En su primer encuentro, el joven catador descubrió la afición de Franco a pintar insulsos bodegones.
El accidente de montería fue real. Ocurrió el 24 de diciembre de 1961 y lo narra Julián Casanova en su biografía. “Franco salió a cazar palomas con cimbel por las vaguadas de El Pardo. El cañón de su escopeta Purdey estalló y le hirió en la mano izquierda”. Fue operado de una fractura en el dedo índice y el segundo metacarpiano. Franco apareció con su mayo escayolada en el mensaje de fin de año de 1962, el mismo del Contubernio de Múnich.
Franco va dejando huellas. Raúl Guerra Garrido (1935-2022) formó parte del Foro de Ermua y la plantó cara a los terroristas de ETA, que le prendieron fuego a la farmacia de su mujer en San Sebastián. En su novela El otoño siempre hiere (Mario Muchnik Editores) llega al parador de Villafranca del Bierzo. Piensa en Vladimir Nabokov, “el entomólogo que decidió vivir siempre en hoteles”. Pide habitación. “La 115 es la única habitación disponible; es una suite pero me la dejan por el precio de una habitación normal por cliente, no por lo de la tercera edad. En ella durmió el generalísimo Franco en la primavera de, por favor, no me lo cuente otra vez”.
“A Franco le importa un bledo el fascismo” (André Malraux, ‘La Esperanza’)"
André Malraux (1901-1976) fue jefe de escuadrilla de aviadores extranjeros en la Guerra Civil española mucho antes de ser ministro de Cultura de Francia. Sus vivencias las contó en la novela La Esperanza (Edhasa). El optimismo no gana guerras. “Esta guerra va a ser una guerra técnica, y nosotros la conducimos hablando sólo de sentimientos”. “La revolución rusa ha complicado aún las cosas. Políticamente, es la primera revolución del siglo XX; militarmente, es la última del siglo XIX”.
Las palabras de uno de los personajes tienen formato de moraleja. “Para saber de qué hablamos, dejemos la palabra fascismo. Para empezar: a Franco le importa un bledo el fascismo, es un aprendiz de dictador venezolano”. “En las calles divididas en dos por la sombra continuaba la vida, las escopetas entre los tomates. La radio de la plaza dejó de tocar la Cabalgata de las Walkirias; se oyó un canto flamenco…”.
La novela Las Furias (Seix Barral), de Guido Piovene (1907-1974) me la regaló el poeta Félix Grande en una entrevista que le hice en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. Hay un capítulo, apenas diez páginas, que transcurre en la Guerra Civil. En 1938, el protagonista de la novela es enviado a cubrir el conflicto para un periódico de Milán. “Aquellos cinco meses de la guerra de España me parecían largos, fuera del tiempo, pero verdaderos y sucedidos a mí. Volvía a pensar en la guerra desde el lado del general Franco, lado desde el cual no se narra nunca porque los que sabían narrar estaban en el lado opuesto”.
Cubre el frente de Aragón, “un planeta apagado”, y para descansar de los horrores vividos se refugia en Valencia: Benicarló, Peñíscola. Vive sacrilegios y reparaciones continuas, una virgen a la que convierten en Minerva, un crucifijo por los suelos. Su dictamen moral es de una crudeza brutal: “Me pesaba aún más la horrible falta de odio que sentía detrás de las matanzas. Conocía ya en ese momento la irrupción y la furia de lo insignificante”.
Andrés Trapiello (1953) vuelve en su novela Me piden que regrese (Destino) al tiempo y el escenario de su reconstrucción histórica Madrid 1945. La noche de los Cuatro Caminos, crónica rigurosa del atentado de una sede de Falange por un comando comunista. En el mismo año que matan a Mussolini y se suicida Hitler. El historiador Casanova narra el accidente de caza de Franco la víspera de la Navidad de 1961. Trapiello titula el capítulo 23 de su novela La montería propiamente.
El Americano es un comunista que ha regresado a España desde EEUU. Los servicios secretos sospechan de que ha venido para intentar atentar contra Franco. Su romance con Sol Neville, de la España vencedora, le lleva como invitado a una cacería en la finca La Cordobesilla, en Hornazo (Badajoz). Es testigo de la afición de Franco a las migas con chocolate y el azar lo sitúa en un puesto de caza muy próximo. Un jabalí atacó al asistente de Franco y Benjamin Smith, su nombre falso, acudió al rescate y acuchilló a la bestia hasta matarla. Un comunista le salvaba la vida a Franco. “El caso es que si no hubiera matado al jabalí, el jabalí lo hubiera matado a él. Me he puesto perdida la ropa. Con lo nuevecita que estaba. Luego vi a Franco sentado ahí abajo, más blanco que una pared”.
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