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Del Ausente se habló mucho ayer en el palacio Real y durante el coloquio que el Congreso de los Diputados celebró con historiadores y juristas. Es inevitable. La vida de Juan Carlos I necesitará de muchas biografías más para fijar al personaje histórico, aunque pasará sin duda a los textos académicos como uno de los reyes más determinantes para España, como lo fueron Carlos I y Felipe II, los Austrias mayores. Su ausencia impuesta en los actos oficiales en los que se ha conmemorado el 50º aniversario de la restauración monárquica, de la que él ha sido el actor principal e imprescindible, añade más dramatismo si cabe a una vida tan atribulada como exitosa.
Fue Príncipe de España sin que ese título figurase en la tradición de la Corona española, fue anunciado como el Breve, por quien después sería uno de sus sostenes en la izquierda, el líder comunista Santiago Carrillo, y ayer fue el Ausente, el padre de 87 años enemistado con un hijo ya convertido en Rey. Ambos almorzarán en familia este sábado en La Zarzuela, aunque el acto se ha encriptado en eso que se denomina "en la más estricta intimidad". La reciente publicación de sus memorias, Reconciliación, que no es una llamada al reencuentro, sino un ajuste de cuentas con muchos, incluido su hijo, la actual Reina y el Gobierno de Pedro Sánchez, no ayuda nada a su regreso pleno a España.
Los reyes y reinas no han sido la excepción en la Historia de España, sino lo habitual. La Primera República no alcanzó ni los dos años y la Segunda sólo fue completa durante seis. La jefatura de Francisco Franco se alargó durante cuatro décadas, y durante tres de éstas España fue un reino sin rey, otra anomalía de un régimen autoritario que sobrevivió a los fascismos europeos a los que copió durante una de las muchas mutaciones que posibilitaron una vida tan larga. Fue falangista a la sombra de Alemania e Italia, después una autocracia anticomunista protegida por Estados Unidos y una tecnocracia autoritaria que terminó por ser invalidada por la propia clase media que creó.
En 1946, siete años después del final de la Guerra Civil, Franco y sus cortes declararon al país como reino, "de acuerdo con su tradición", y a la espera de que él, como "Jefe de Estado, Caudillo de España y de la Cruzada" eligiese a un sucesor que gobernaría con el título de rey. Esta fue la almendra de la ley de Sucesión, uno de los textos fundamentales del régimen, que fue una respuesta a la crítica que había hecho desde la ciudad suiza de Lausana el heredero legítimo de la Corona, Don Juan de Borbón, padre de quien años después sería Juan Carlos I.
A pesar de los recelos entre ambos, poco después, el 25 de agosto de 1948, Franco y Don Juan celebraron una entrevista a bordo del yate Azor en la bahía de San Sebastián, y de ahí surgiría el acuerdo de entregar al joven Juanito a las eñseñanzas del Movimiento, con residencia en España y a la espera de que el dictador nombrase algún día a su sucesor. Juan de Borbón, claro está, esperaba o que fuese él o que participase de modo directo en la designación.
Pero el 12 de julio de 1969, Franco eligió a su hijo. La propuesta se realizó durante otra breve entrevista del dictador, pero en El Pardo, durante la que Juan Carlos debía aceptar o rechazar un título que era una invención del régimen pero que, a la postre, garantizaría la continuidad de la Corona. Sin que le diera ninguna opción a consultarlo con su padre, que entonces vivía exiliado en Estoril, el futuro Rey aceptó la propuesta porque Franco contaba "con otros peones", según él mismo relató a José Luis de Villalonga en un libro mucho más acertado que el de Laurence Debrey.
Juan Carlos se convirtió así en Príncipe de España, futuro titular de una "monarquía del 18 de Julio", una institución franquista, tal como la concibieron los exégetas de un régimen. El heredero de la Corona española no es el Príncipe de España, sino de Asturias, un título que en esos días sólo podía conceder quien era el representante legítimo, Don Juan de Borbón.
Juan Carlos I le da el giro al guion prefijado de la Historia desde el mismo momento de su proclamación ante las Cortes, hace ahora 50 años, cuando proclama que el futuro del país "se basará en un efectivo consenso de concordia nacional". "El Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición", aseguraría en un discurso en el que también elogió a Franco y juró las leyes fundamentales del Reino, incluidas la del Movimiento. La prodigiosa cabeza de quien fuera su primer presidente de las Cortes, el catedrático Torcuato Fernández Miranda, convertiría la ley de Reforma Política, la que daba paso a las primeras elecciones democráticas desde la Segunda República, como una última ley fundamental que anulaba las anteriores. No hubo rey perjuro, sino constitucional, lo que le daría la legitimidad jurídica.
Dos años después, el 14 de mayo de 1977, Don Juan renunciaba de forma oficial a todos sus derechos dinásticos en favor de su hijo, de tal modo que a la legitimidad jurídica sumaba la dinástica.
La abdicación de Juan Carlos I pretendió lo mismo, salvar una institución que por vez primera desde la Transición contaba con escasa confianza de la opinión pública. La operación salió bien, entre otras razones, porque contó con el apoyo de los dos grandes partidos políticos, probablemente el último hasta que se certificase la ruptura total de estos momentos. Tampoco ha resultado fácil el inicio del reinado de Felipe VI.
El 16 de marzo de 2020, el mismo día que el país se confinó a causa de la epidemia de Covid, Felipe VI renunciaba a la herencia del padre y le retiraba la asignación que cobraba entonces de la Casa Real. Una cuenta opaca en Suiza con 100 millones de dólares, procedente de un "regalo" de Arabia Saudí, abría una brecha entre hijo y padre que aún no se ha cerrado.
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