España, el verso suelto de la UE en la guerra de Gaza

Sánchez y Albares han fallado al abordar el problema de Oriente Próximo con una visión tan ideologizada que causó desconfianza en Israel y en el pueblo palestino

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de Palestina, Mahmud Abas, en 2024. / Alejandro Martínez Vélez / EP

12 de octubre 2025 - 06:01

El Gobierno de Pedro Sánchez no ha sabido gestionar la crisis de Gaza con la misma inteligencia y conocimiento de causa que el resto de los miembros de la Unión Europea. No es el único país europeo que aboga por el reconocimiento del Estado palestino, tampoco es el único presidente del Gobierno español que se ha mostrado defensor de esa solución, o de promover que la salida a la crisis que vive Oriente Próximo desde hace casi 80 años pasa por la creación de dos estados, uno palestino y otro israelí.

Lo que ha fallado en Pedro Sánchez y en su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, es abordar el problema de Oriente Próximo con una visión tan ideologizada y tendenciosa que ha provocado desconfianza en Israel y en el propio pueblo palestino, principal víctima de Hamas y otras facciones terroristas o próximas al terrorismo que ha habido y sigue habiendo desde la creación del Estado de Israel, y que han provocado animadversión hacia los palestinos incluso en países árabes. Jordania y Líbano los expulsó de su territorio, y la Liga Árabe tuvo que tomar decisiones dolorosas para sortear la contaminación que estaban percibiendo en amplios sectores en los que se habían incrustado esos grupos terroristas.

El difícil equilibrio que se vive en Oriente Próximo se ha agudizado en los últimos tiempos por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ensoberbecido de poder, al que cerca la justicia por corrupción, y que no ha dudado en aliarse con los partidos ortodoxos judíos más radicales. Sánchez y su ministro, al contrario de lo que ocurre con otros gobernantes europeos, no han asumido que ni palestinos ni israelíes son pueblos uniformes, y los han tratado, a uno y a otro, como bloques cuando las divisiones internas entre los israelíes y las tensiones que viven los palestinos les produce una inestabilidad que impregna todas sus decisiones.

En esa situación desesperada, es necesario actuar con la máxima cautela, pero Sánchez ha entrado como un vendaval sin medir las consecuencias, presentándose como el defensor a ultranza del “pueblo palestino” como si tuviera una sola identidad. Inevitablemente ha chocado a Israel. Las cosas se han agravado aún más cuando ha accedido a la Casa Blanca Donald Trump, un hombre que no siente la menor simpatía por Pedro Sánchez, como tampoco la sintió por Zapatero

Falta de prudencia

Pedro Sánchez, desde que tomó posesión, ha marcado distancias con Israel, lo que no es grave. Pero sí lo es que hiciera alarde de apoyo incuestionable al pueblo palestino en los momentos menos adecuados. Por ejemplo, cuando viajó a Oriente Próximo un mes después del espantoso atentado de Hamas el 7 de octubre del 2023, una matanza con más de 1200 víctimas mortales y el secuestro de 250 israelíes, torturados muchos de ellos hasta la muerte.

En esa visita, Netanyahu mostró a Sánchez –presidente de turno en ese momento de la UE– y al primer ministro de Bélgica, los vídeos que demostraban el horror y la crudeza de la matanza de Hamas. Sánchez no dudó en condenar el atentado de Hamas, pero como si quisiera hacerse perdonar esa condena ante sus amigos palestinos, utilizó la visita para defender la creación del Estado palestino, y pidió a Israel que respetara el Derecho Internacional. Una crítica nada velada que indignó a Israel. No tardó mucho Pedro Sánchez en denunciar que Israel estaba cometiendo un genocidio en Gaza. Declaró así la guerra diplomática entre España e Israel, con las consecuencias para España que no tardaron en producirse.

Es a partir de ese momento cuando se enreda la situación hasta límites nunca conocidos hasta ahora en las relaciones entre los dos países, porque el principal valedor de Netanyahu, Donald Trump, empieza a demostrar su malestar, por no decir desprecio, hacia el gobernante español.

Sánchez, en lugar de actuar con prudencia pensando en su país, derrocha gestos de animadversión hacia el presidente americano, dejándose llevar por su ideología y por las presiones de sus socios más radicales, Sumar y Podemos, provocando un clima tan inquietante que los más importantes dirigentes europeos, que se reunieron varias veces para analizar la situación dramática de Gaza y la de Ucrania, no convocaron a Pedro Sánchez. No les convenía.

Más adelante también ellos piden la creación de un Estado palestino, pero cuidando las palabras y sobre todo los tiempos. Trump había convencido a Netayahu para iniciar negociaciones de paz con Hamas y se advertía un clima de cierta esperanza.

Cómo lo hizo Felipe González

El Gobierno no se estaba enterando de lo que sí se enteraban otros países, seguía en su línea de política exterior: apoyo incuestionable a los palestinos, reticencias abiertas hacia Israel, flanco abierto contra la OTAN y las exigencias de Trump de que todos los miembros dedicaran el 5% del PIB al presupuesto de defensa. Sánchez, más antiatlantista que nadie –aunque años atrás acarició la idea de sustituir al noruego Stolteberg en la secretaria genera de la OTAN– alardeó de ser verso libre y no asumir las exigencias de Trump. Fue el único país que se plantó en el 2% del PIB, se negó a subirlo al 5%. Pero, no contento, en la última cumbre de la OTAN quiso visualizar su disidencia con un gesto de pésima educación: en la “foto de familia” de la cumbre no se colocó en su sitio, sino en un lado, intentando no salir en la foto.

Esa falta de conocimiento de lo que se estaba negociando en Oriente Próximo le llevó al ridículo internacional cuando, horas antes de que Hamas aprobara el acuerdo de paz que había promovido Trump días antes, y que apoyaba toda la UE y también España, el Congreso español aprobaba el embargo de armas a Israel.

Una torpeza que demostraba la escasa visión de Sánchez y Albares sobre el escenario internacional. El embargo no perjudica en nada a Israel, que compra armas a España que puede adquirir en cualquier país. España sin embargo tendría serias dificultades en su política de Defensa y Seguridad si Israel decidiera romper sus acuerdos comerciales con España, Sus sistemas tecnológicos son claves para esos dos sectores, es Israel abastece a los principales países de esa tecnología punta que hoy mueve el mundo.

Todo lo relacionado con Oriente Próximo, y sobre todo con Israel, debe abordarse con la máxima cautela. Y con la ayuda indispensable de los servicios de inteligencia propios y los extranjeros.

Tan es así que, hace 40 años, en 1986, poco antes de que España ingresara en la OTAN, Felipe González decidió establecer relaciones con Israel.

Lo hizo en secreto, de acuerdo con su antecesor en La Moncloa, Leopoldo Calvo Sotelo, que fue quien dio los primeros pasos en ese sentido. Fue tanta la discreción que las personas que conocían el decreto no llegaban a una decena, y se preparó el acto de la firma fuera de España, en La Haya. Y, todo ya a punto, se informó previamente a los países árabes. Por respeto y para suavizar las posibles reacciones.

Aquel Gobierno socialista, era perfectamente consciente de que en los ochenta un país occidental y democrático no podía vivir al margen de Israel. La defensa y la seguridad estaban en juego. Y había que hacer encaje de bolillos para que cualquier paso no produjera más tensiones en el siempre tenso escenario de Oriente Próximo.

Cuatro décadas más tarde, Sánchez se ha convertido en un gobernante sin papel en la UE -aunque tampoco ésta ha tenido relevancia en el acuerdo promovido por Trump- y en un gobernante molesto, antipático y poco sagaz para Donald Trump y para Netanyahu.

Lo que ya tiene consecuencias… y puede tener aún más.

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