Franco agoniza. El Príncipe se enfrenta al Gobierno por el Sahara

El 7 de noviembre de 1975, el dictador, tratado hasta entonces en El Pardo, es trasladado al hospital de La Paz por indicación del jefe de su equipo médico. El fin se veía cerca

Francisco Franco (dcha.) despacha con el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, en su habitación del hospital de La Paz.
Francisco Franco (dcha.) despacha con el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, en su habitación del hospital de La Paz. / OLEGARIO PEREZ DE CASTRO (Efe)

09 de noviembre 2025 - 07:01

EL 7 de noviembre de 1975, Francisco Franco es trasladado, agonizante, a La Paz. Hasta entonces había recibido los cuidados médicos en El Pardo por indicación del jefe de su equipo médico, el doctor Hidalgo Huerta. En un anexo al palacio, destinado a los ayudantes de campo del generalísimo, se instaló una hospital de emergencia con todos los avances médicos. Pero Franco desmejoraba día a día, agonizando y con fuertes dolores. Incluso fue operado en El Pardo, sin éxito. La muerte se veía cercana.

En el exterior, decenas de periodistas hacían guardia día y noche, helados de frío; centenares de ciudadanos de ese pueblo cercano a Madrid acudían a seguir hora a hora los acontecimientos. Todos, con transistores para conocer los partes médicos. A última hora del día 7, salieron del palacio varios coches a toda velocidad. El rumor cobró fuerza y se hizo noticia: llevaban a Franco a La Paz.

Años más tarde, uno de sus ayudantes, Antonio Galbis, contaba a esta periodista que sacaron a Franco creando una especie de camilla con una alfombra, que pudiera suportar su peso. En la escalera quedaron gotas de sangre. La situación era dramática.

La segunda planta de la ciudad sanitaria de La Paz se acondicionó para acoger al enfermo y atender a los visitantes, sólo familia, miembros del Gobierno y personas allegadas a Franco. En el vestíbulo, los periodistas trataban de sacar información a los que habían estado en la segunda planta. La mayoría de ellos no decían nada. Todo eran rumores. Pepe Oneto, al que un médico amigo facilitó una bata blanca, llegó a la segunda planta, pero fue expulsado nada más pisar el suelo.

Trascendieron noticias no confirmadas pero que se adivinaban ciertas: las tensiones familiares, el enfrentamiento en tono alto de voz entre la hija de Franco, Carmen, y su marido, el doctor Martínez-Bordiú, que se había autoerigido en jefe del equipo médico sin serlo, y provocando además malestar generalizado. Carmen llegó a reprochar a su marido que dejaran a su padre morir en paz. Cristóbal Martínez- Bordiu, marqués de Villaverde, se resistía: pretendía, como los franquistas acérrimos que preparaban el terreno para después del fallecimiento, que se mantuviera en vida al caudillo hasta el 26 de noviembre. Ese día se renovarían automáticamente las Cortes franquistas, permanecería en su puesto de presidente de la Cortes Alejandro Rodríguez de Valcárcel, y desde su importante cargo podría tomar decisiones relacionadas con el relevo institucional, que debería recaer en la figura del príncipe Juan Carlos cumpliendo la ley de sucesión aprobada por Franco en 1969 y convalidada por las Cortes.

El príncipe Juan Carlos conocía estas circunstancias, y además tenía mucha información que no había trascendido, pues llevaba años preparándose para ese momento y tomando decisiones para explicar a dirigentes políticos nacionales e internacionales, su proyecto de cambio y convertir España en una democracia plena.

Esos días iniciales de noviembre fueron especialmente graves.

El mensaje de Hassan II al Príncipe

Un año antes, Franco había estado varias semanas hospitalizado en el Gregorio Marañón –el nombre actual– aquejado de una flebitis que puso en riesgo su vida. Cumpliendo lo que marcaban las leyes, el príncipe Juan Carlos asumió la jefatura del Estado en funciones y presidió varios consejos de ministros, lo que le dio ocasión de conocer la animadversión del Gobierno de Arias Navarro hacia su figura y cómo apenas se tenían en cuenta sus instrucciones. Cuando el Gobierno y Villaverde decidieron que Franco regresaba a El Pardo y retomaba la jefatura del Estado, ni siquiera se informó al Príncipe. Se juró que nunca más volvería a asumir la jefatura en funciones.

En octubre de 1975 la enfermedad de Franco era irreversible, y don Juan Carlos se negó a asumir la jefatura del Estado si no era de forma definitiva. Sin embargo, la situación era tan crítica que por responsabilidad hacia los ciudadanos asumió nuevamente la jefatura del Estado en funciones: en el Sahara, una Marcha Verde promovida por el rey Hassan II, avanzaba hacia el Sahara reivindicando el territorio, en pleno proceso de un Acuerdo de Descolonización que negociaban España, Marruecos y Mauritania. La marcha la formaban ya más de 300 personas, familias enteras, y el propio Hassan II había anunciaba que se sumaría a ella. Segundo punto a tener en cuenta en ese momento decisivo: Franco se moría, la situación no era reversible ya. Tercero, se acercaba la fecha del 26 de noviembre ante la que había que tomar decisiones previas valientes para impedir que el franquismo se prolongara institucionalmente tras la muerte de Franco.

El Príncipe decide trasladarse al Sahara para conocer la envergadura de la situación y dar su apoyo personalmente a los militares allí destacados. Don Juan Carlos traslada al Gobierno su decisión y le niegan el permiso tanto el presidente Arias Navarro como los tres ministros militares, así como el ministro de Exteriores, Pedro Cortina, que siente profunda animadversión por el Príncipe.

Don Juan Carlos, así y todo, pide un avión militar y se traslada al Sahara. Permanece allí varias horas con las tropas españolas, escucha los pormenores de la situación, cómo se preparan para afrontar una marcha de 300.000 civiles: están minando la frontera para disuadirles de avanzar. El Príncipe traslada su apoyo como militar y como jefe de Estado en funciones y regresa a España. Reúne en Zarzuela a la Junta de Defensa Nacional y escucha reproches de tono agresivo, pero él defiende su actuación y dice que está seguro de que habrá algún tipo de reacción del rey marroquí. Poco menos que recibe risas despectivas de Cortina y del almirante Pita da Veiga. En plena reunión, se acerca al Príncipe un ayudante que le entrega una nota. El Príncipe la lee. Es del rey Hassan. Muy breve: “Juan, has actuado como lo hace un capitán ante su tropa”.

El rey Juan Carlos mantuvo unas relaciones excepcionales con el rey Hassan, entre los dos apaciguaron problemas bilaterales que parecían de imposible solución. Se sumó a la Marcha Verde durante unas horas el 8 de noviembre, al día siguiente de una operación a Franco a vida o muerte. Tras ese gesto de participar en la marcha, una columna interminable de gente hambrienta y cansada, como contaban los periodistas que cubrían la información, Hassan dio órdenes de que se disolviera y regresara todo el mundo a casa.

Negociaciones en la peluquería

La vida giraba en torno a la enfermedad de Franco, pero se sucedían los acontecimientos. El Gobierno sancionaba con multas y cierres a los periódicos que publicaban artículos en los que se analizaba la futura sucesión, en la universidad madrileña los grupos antifranquistas se movían más activos que nunca, y en la calle los sentimientos de miedo y de esperanza andaban a la par.

Don Juan Carlos tenía que enfrentarse a un problema de gravedad extrema: su padre, don Juan, presionado por la Junta Democrática –integrada por destacadas personalidades de la oposición– , anunció que cuando muriera Franco haría público un manifiesto en el que se retractaría de la renuncia a sus derechos que había hecho años atrás y no reconocería la ley que designaba a su hijo sucesor a título de rey.

Don Juan Carlos estaba desolado, en lo político y en lo personal. Se le ocurrió recurrir al prestigioso general Díez Alegría, demócrata incuestionable, ingeniero, diplomático, abogado y miembro del Consejo del Reino, que mantenía buena relación con don Juan, para que hablara con su padre y le disuadiera de su decisión, que provocaría una convulsión política y social. Aceptó el general, pero puso como condición que su mediación fuera aceptada por los tres ministros militares.

Así lo trasladó el Príncipe a la Junta de Defensa sin dar excesivos detalles; lo presentó como un encuentro de cambio de impresiones entre dos personalidades importantes en un momento en el que era necesario manejar la mejor información.

El ministro de Marina, el almirante Pita da Veiga, se negó en rotundo. Convenció al presidente Arias Navarro, un hombre sin carácter que se dejó comer el terreno por el ministro y tampoco dio su autorización. Se cruzaron palabras muy fuertes entre el Príncipe y Arias Navarro, y se produjo entonces una de esas escenas absolutamente surrealistas que suelen darse en situaciones de límite: Arias Navarro se levantó furioso, cerró la reunión sin acuerdo y dijo que se iba a la peluquería.

Don Juan Carlos, furioso también, no perdió la sangre fría. Tenía que convencer a Arias Navarro como fuera, Díez Alegría tenía que convencer a su padre.

Recordó de pronto a su amigo Nicolás Franco Pascual de Pobil, sobrino de Franco y que estaba ayudando a don Juan Carlos para abrir cauces de diálogo con personalidades españolas con las que el Príncipe no podía verse. Figuras a las que era necesario explicar el proyecto de cambio hacia la democracia, y pedía que le dieran un margen de confianza hasta que se pudiera iniciar ese proyecto. Llamó el Príncipe a Nicolás y le pidió que fuera a la peluquería, que allí se encontrara “casualmente· con Arias Navarro y le hiciera ver que era imprescindible autorizar al general Díez Alegría para verse con do Juan, le diera cuenta de la situación que estaba viviendo España y que era fundamental apaciguar ánimos por el bien de todos los españoles.

Nicolás Franco Pascual de Pobil tuvo éxito en su gestión. El general Manuel Díez-Alegría, también.

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