Muere el caudillo con todo "bien atado"
Las claves. 50 años de la muerte de Franco (2)
Muere Franco, muere el Caudillo, como le llamaban los suyos, la madrugada del 20 de noviembre. A una hora sobre la que aún ahora existen dudas, como explicaremos en las próximas líneas. Muere tras una agonía que tiene en esa última semana sus horas más dramáticas, en las que nunca llegó a recobrar el conocimiento y los médicos sólo intentaban paliar sus dolores.
Son continuos los enfrentamientos entre su hija y su marido, el doctor Villaverde. Carmen quería acabar con la agonía de su padre, pero Villaverde, como ocurría con la mayoría de los dirigentes franquistas, buscaba que se prolongara la vida de su suegro como fuera hasta el 26 de noviembre –como hemos contado– para que se renovara automáticamente el mandato de Alejandro Rodríguez de Valcárcel como presidente de las Cortes y pudiera controlar ciertas decisiones que temían que tuviera en mente el príncipe Juan Carlos cuando fuera proclamado Rey.
Franco estuvo sedado durante esa última semana, nunca vio a quienes le visitaban, nunca despachó con Arias Navarro, nunca supo que el vestíbulo de la Paz se había convertido en el centro de atención de los españoles y que allí se concentraban día y noche docenas de periodistas atentos a lo que se podía producir. Franco nunca recuperó la conciencia… pero como solía decir, había dejado todo “atado y bien atado”. Sólo una persona lo sabía, sólo una: su hija Carmen.
Días antes de que se agravara su estado de salud y Franco comprendiera que su situación era irreversible, convocó a su hija para hacerle entrega de un folio en el que había escrito lo que presentó como un mensaje a los españoles. Carmen debía entregárselo al presidente Arias Navarro cuando se produjera su muerte para que fuera leído a los españoles como un mensaje especial de quien había sido jefe de Estado, Caudillo, durante los últimos 40 años. Carmen prometió cumplir sus instrucciones, entre las que se incluían la discreción absoluta, petición que demostraba que Franco no confiaba en algunos de sus colaboradores principales y temía que pudieran tomar decisiones contrarias a las que él creía que eran adecuadas para el inicio de una nueva etapa.
Años después de ese día, en el verano del 2000, el rey Juan Carlos explicaba a esta periodista que ese papel, ese testamento, fue clave a la hora de iniciar su mandato. Y Carmen era muy consciente de ello. Por eso, decía el Rey, sentía un profundo agradecimiento a Carmen, que simplemente callando, sin entregar a Arias un mensaje que Arias no sabía que existía, la hija de Franco podía haber causado serias dificultades al Rey en el inicio de su mandato.
En ese testamento –como se llamó– Franco pedía a sus seguidores que apoyaran al Rey: “Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido”.
La hora de la muerte
Franco falleció la madrugada del miércoles al jueves 20 de diciembre. La noticia la dio la agencia Europa Press poco antes de las 4 de esa madrugada, con campanillas, fórmula con la que entonces se anunciaban las noticias importantes, para que las redacciones acudieran a ver los teletipos. La agencia –se supo después– contaba con una fuente segura, el propio sobrino de Franco, Nicolás Franco Pascual de Pobil. Pero no era la única. Al redactor que hacía guardia en la agencia, Marcelino Martín, le llegaban esa noche noticias del fallecimiento, y consiguió localizar a Pascual de Pobil. Sólo una pregunta y sólo una respuesta:
-¿Ya?
-Ya.
La Operación Lucero estaba en marcha, todo estaba listo para actuar en cuanto se produjera la noticia del fallecimiento. La hora oficial fue las 04:58 del día 20 de noviembre, jueves. Sin embargo, el último parte médico difundido dice que “a las 05:25 horas sobrevino una parada cardiaca irreversible”. No encajaban las horas.
Hubo un testigo directo que tomó nota, minuto a minuto, de lo que vivió esa noche: Antonio Galbis.
Ayudante militar de Franco, estaba de guardia en La Paz junto al dormitorio del Caudillo. Lo conocí años más tarde casualmente, hice muchas preguntas y, para mi sorpresa, me mostró un taco de folios en los que había escrito, día a día, su vida desde que fue destinado a El Pardo. El 20 de noviembre de 1975 describió detalladamente lo que ocurrió esa noche. Sólo recogeré los datos más relevantes.
“Entra Llaneras –otro ayudante– en mi cuarto. ‘Mi teniente coronel, levántese que aquí pasa algo raro’. Miro el reloj, son las 03:40 de la madrugada. Me calzo y pongo la guerrera, entro en el hall y tropiezo con Pozuelo –médico– que sale de la UVI y me dice ‘Ha muerto’. No he reaccionado cuando sale Vital Aza que, sudoroso, me dice ‘El masaje cardiaco no ha servido para nada’. Llaneras acaba de ordenar el cierre de puertas y la intervención de teléfonos. Apruebo sus medidas y empiezo a actuar según la orden recibida”.
Mi general, ¡ya!
Llama al personal militar adscrito al equipo de Franco, Sánchez Galiano, Gavilán y Fuertes, y a todos les dice “Mi general, ¡ya!”. Según sus notas, mira de nuevo la hora y explica a otro de los ayudantes que a las 05:15 se cumple el plazo convenido de una hora y cuarto de margen –de la muerte, se supone– para que cada uno cumpla con las funciones que se les habían encargado para el día del fallecimiento. Villaverde, que se encuentra en La Paz, donde dispone de una habitación, quiere ir a El Pardo, pero Galbis le traslada que sus instrucciones son que no salga nadie hasta que llegue Arias Navarro. Villaverde se ha vestido y lleva corbata negra. Galbis le conduce hasta un despacho con teléfono y el marqués llama a su mujer que está en El Pardo, a la que da la noticia de la muerte de su padre. Galbis cumple una nueva instrucción de las que le habían dado para el día de la muerte: que se dé orden al telefonista de El Pardo para que sea “sordo y mudo”.
“Pozuelo –continúa el relato escrito de Galbis– me dice que el Príncipe ya está avisado. Habíamos convenido un procedimiento para hacerlo antes que al presidente”. Se prepara la salida de La Paz: la mañana va transcurriendo lenta, los preparativos del cadáver son largos. El olor a formol lo invade todo. La gente llega en manadas, la clínica está rodeada de una multitud silenciosa y emocionada. Doy orden de formar caravana para el traslado a El Pardo. Me avisan de que la misa de El Pardo la dará Tarancón. Ha sido una metedura de pata de don Alfonso (primo de don Juan Carlos, casado con Carmen, nieta de Franco) que nos sienta a todos mal. Por fin, a las 11, salimos. Yo voy en el furgón, delante, con Juan Pedro al volante. La salida de la Clínica es tremenda, la gente agolpada grita Franco, Franco, Franco; otros aplauden, muchos lloran”. Al día siguiente, se trasladaría el cadáver al Palacio de Oriente.
La madrugada del 20 de noviembre suena el teléfono en el domicilio de Carrillo en París, y lo coge su mujer, Carmen. Es Feliciano Fidalgo, corresponsal del diario Ya y la agencia Logos, periodista que con el tiempo se convirtió en una figura mítica y finalizó su carrera en El País. Mantenía muy buena relación con Carrillo cuando el dirigente comunista vivía el exilio en Paris. Sólo pronunció una frase cuando Carmen descolgó el teléfono: “Esta vez sí se ha muerto”, y respondió Carmen “Ya era hora”. A continuación le dice a su marido, que se había despertado: “Esta vez sí”.
Con la muerte de Franco se cumplieron estrictamente los pasos marcados para que no se produjera un vacío de poder. Se dio paso a un Consejo de Regencia formado por el presidente de las Cortes, Rodríguez de Valcarcel, con el teniente general Salas Larrazábal y monseñor Cantero Cuadrado, arzobispo de Zaragoza. Asumirían la Jefatura del Estado hasta la proclamación de don Juan Carlos como Rey, acto que se celebraría dos días más tarde. Todo estaba bien atado, excepto las tensiones personales, la rivalidad entre los personajes más relevantes del franquismo para tener protagonismo, y la desconfianza entre el personal de El Pardo y el de Presidencia.
En teoría, los actos de proclamación del Rey, al celebrarse en el Palacio del Congreso, sede de las Cortes, debía ser organizado por Rodríguez de Valcárcel, su presidente, y de hecho el mismo día 20 empezaron a trabajar los operarios para adaptar el palacio al acto de jura del Rey. Arias Navarro no lo aceptó. Como máxima autoridad de gobierno tras la muerte de Franco, consideraba que a él correspondía tomar las decisiones relacionadas con el traspaso de poder. Entre otras cuestiones, recibir a las autoridades extranjeras que querían rendir pleitesía a don Juan Carlos el día 22 tras haber asistido al entierro de Franco el día 20.
El día 20 se celebra una misa corpore insepulto en El Pardo, una ceremonia íntima, presidida por el Consejo de Regencia. Con los príncipes don Juan Carlos y doña Sofía, la familia Franco, el gobierno y los representantes de las instituciones del Estado. Oficiada por el cardenal Enrique y Tarancón, detestado por los franquistas. Sin embargo, ese día Tarancón fue consciente de que “tocaba” una despedida al Generalísimo en la que convenía una homilía respetuosa con los sentimientos de la familia. “Nos sentimos doloridos ante la muerte de alguien a quien sinceramente queríamos y admirábamos”. Palabras que, aun comprendiendo que en ese momento Tarancón no debía dejarse llevar por su ideología, causaron sorpresa.
Y preocupación entre aquellos que esperaban que, tras la muerte de Franco, llegara un cambio drástico tanto político como social.
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