“Tras la muerte de Franco, hablan de Transición y Movida”
En su tercer camino a Santiago, en 1981, el hispanista holandés Cees Nooteboom siguió las huellas de Franco en la guerra civil y recomienda la lectura de ‘El laberinto español’ de Brenan para conocer la historia
Sólo Felipe II tiene más menciones que Franco en el índice onomástico del libro El desvío a Santiago, del hispanista holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933). El dictador empata con Carlos V, el padre del monarca del Escorial y de la Armada Invencible. Franco ya ha muerto cuando el autor del libro inicia en 1981 el tercero de sus viajes a Santiago de Compostela, pero su presencia es permanente. No sólo por la huella que dejó en algunas de las ciudades que visita el viajero, sino en asociaciones con la arquitectura románica o los cuadros de Zurbarán.
Nooteboom visitó España por primera vez a mediados de los años cincuenta. Había pasado antes por Italia. “España fue después una desilusión. Bajo ese mismo sol mediterráneo, la lengua parecía dura, el paisaje árido, la vida tosca”. Pero esas primeras impresiones se convertirán en una pasión incondicional, casi adictiva.
Va Camino Soria, como la canción de Gabinete Caligari. Topónimos castellanos como el monasterio de Veruela o la Laguna Negra de Urbión que remiten a dos poetas sevillanos: Bécquer y Antonio Machado, uno muerto en el 36 del siglo XIX en Madrid, otro en el 39 del siglo XX en Colliure. “Pobre España, puede decirse entonces”, escribe Nooteboom, “y dar una melancólica conferencia sobre un país que nunca se pondrá de acuerdo consigo mismo porque nunca ha sido una unidad”.
“Con Franco vivíamos mejor, dicen los de derechas”, dice el autor. “Estaríamos mucho mejor solos, dicen los catalanes (y los vascos)”. A cualquiera que quiera entender la historia de España le recomienda la lectura de El laberinto español, de Gerald Brenan. En un libro titulado Biografía curiosa de Soria (curioso precedente de la Biografía de Sevilla de Eva Díaz Pérez) aparecen fotografiados “el viejo Franco y el nuevo rey”. La presencia del ducado de Alba es turbadora. “El título existe todavía. Los españoles no tiran las cosas tan fácilmente, ni cadáveres ni títulos”.
En Zaragoza dirigió Franco la Academia Militar hasta que la cerró Azaña en 1931. Nooteboom anota la visita a la capital aragonesa de otro holandés cinco siglos antes, el papa Adriano VI, “el último Papa no italiano antes de Wojtyla”. Después del polaco, llegarían otros tres pontífices no italianos: un alemán, un argentino y un norteamericano del Perú. Antes de ser Papa, Adriano de Utrecht fue preceptor de Carlos I, el futuro emperador Carlos V.
El viajero busca un destino mítico: Teruel. “Cariñena, Daroca, Burbágena, Monreal del Campo. Hace algún tiempo era ésta la zona de lucha entre cristianos y moros y, en una guerra muy posterior, entre las tropas de Franco y las de la República”. Todo cambió en “la capital de provincia más pequeña de España”. “En el invierno de 1936-37 la temperatura descendió aquí hasta los 18 grados bajo cero. La ciudad era ocupada unas veces por los republicanos y otras por los nacionales”.
Para Franco supuso “una rampa de lanzamiento para alcanzar el Mediterráneo”. Tenía un precedente histórico, el del rey Alfonso II el Casto, que en 1171 le conquistó la ciudad a los musulmanes y para inmortalizar la gesta se colocó el Torico en la plaza que lleva su nombre. Cada vez que Nooteboom viaja por España siempre lleva en el equipaje el libro Blood of Spain. Sangre española, como la canción, de un libro que el hispanista Ronald Fraser sutbituló Recuérdalo tú y recuérdalo a otros inspirándose en unos versos de Cernuda. Libro en el que habla con testigos oculares del frente de Teruel.
Los colores de los cuadros de Zurbarán le hablan de un país “desconcertante de contrastes” con “los horrores recíprocos de la Guerra Civil, decididos hasta la muerte con las armas, acabada con los cadáveres exhumados de las monjas, con comunistas arrojados a los precipicios…”. Una guerra que “fue ganada por aquellos que parecían los perdedores”.
Franco es un antes y un después, pero ya no es un ahora. “Parecía como si Franco fuera a gobernar eternamente, pero bajo Franco se preparó la otra España, y ahora está allí, como si alguien hubiera apartado los Pirineos, como si el país acabara de superar justo ahora la ruina de Felipe II”. Curiosamente, hubo un hispanista británico, Hugh Thomas, que escribió sendas biografías de Felipe II y de Franco, los dos personajes más veces nombrados en el libro del peregrino neerlandés.
El agua dejó de pasar bajo los 118 arcos del acueducto de Segovia, construido en tiempo de los emperadores Vespasiano y Trajano, en 1974, un año antes de que muriera Franco. El camino de Santiago no siempre ha sido multitudinario. A mediados del siglo XX se produce un auge que Nooteboom atribuye a un hispanista norteamericano, Walter Muir Whitehill (1905-1978), que transcribió el Código Calixtino, no hace mucho objeto de un robo vandálico, y que se publicó e 1944 en el Seminario de Estudios Gallegos. Este hispanista es autor de un tratado sobre la arquitectura románica española del siglo XI que guarda una doble relación con Franco.
La primera es que a pesar de escribirla en pleno franquismo no da muchas pistas “ya fuera para proteger a amigos o para mantener la posibilidad de volver a la España de Franco”. La segunda está vinculada con un monumento concreto, Santa María del Naranco, que se construye bajo el reinado de Ramiro I. Nooteboom pasa por Covadonga, donde la Reconquista contra el islam, pero da un salto de siglos: “las tropas marroquíes de Franco entraban en la ciudad (en Oviedo) desde la montaña del Naranco”. La ciudad en la que Franco se casa, que vive la revolución de octubre de 1934.
En Cáceres pasará por la Casa de los Golfines en la que “se nombró a Franco jefe de Estado”. Una ciudad cuyas torres desmochó Isabel la Católica por el apoyo extremeño a la Beltraneja. Cuando vuelve a su país, que dejó de llamarse Holanda (la última vez casi fue con el gol de Iniesta), encuentra en sus compatriotas, que han perdido espacio y tiempo, “prisa por liberarse de su propia historia y de este modo ser o hacerse diferentes”.
“Mis amigos españoles”, reflexiona, “sienten esto mismo en su propio país desde la muerte de Franco, hablan de ‘transición’ y ‘movida’, y yo tendría que ser un viajero cándido si no notara la diferencia con la época anterior, a veces es tan fuerte que olvidaría que también he vivido y viajado por aquí en los días de Franco, tiempo de censura y mojigatería, de los uniformes de la Falange, condenas a muerte y ejecuciones, las misas de la División Azul, el exilio de escritores, el amargo aislamiento de aquellos que habían luchado en el bando perdedor”.
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