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En el verano de 1212, dos mundos se prepararon para un enfrentamiento que decidiría el futuro de la Península Ibérica. El califa almohade al-Nasir —llamado Miramamolín por los cristianos— había reunido un poderoso ejército desde todos los rincones de su imperio, decidido a aplastar a los reinos cristianos que amenazaban su dominio.
Frente a él, una coalición sin precedentes: los reyes Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, junto a caballeros y milicias de toda Europa, respondieron al llamado del Papa Inocencio III para una gran cruzada. El 16 de julio, en las llanuras cercanas a la localidad jienense de Santa Elena, los dos ejércitos chocaron con furia incontenible.
La batalla fue feroz. Los almohades, aunque superiores en número, no pudieron resistir el ímpetu de la carga cristiana. La leyenda cuenta que Sancho VII de Navarra, al frente de sus tropas, logró romper el círculo de la guardia personal del califa (guerreros encadenados alrededor de su tienda en señal de lealtad). La derrota almohade fue catastrófica: al-Nasir huyó a galope hasta Baeza, donde solo se detuvo para cambiar de caballo antes de refugiarse en Jaén, dejando atrás un ejército diezmado y un imperio que nunca se recuperaría.
Al-Nasir nunca se repuso del desastre de Las Navas. Abdicó en favor de su hijo y se encerró en su palacio de Marrakech, donde murió pocos meses después de la derrota.
Las Navas de Tolosa no fue solo una victoria militar: marcó el principio del fin del poder musulmán en la península y abrió el camino para la conquista del valle del Guadalquivir. Hoy, en las tierras de Jaén, monumentos y leyendas recuerdan aquel día en que, entre el polvo y el hierro, se escribió una de las páginas más épicas de la historia medieval hispánica.
Entre los botines de guerra más valiosos obtenidos por los cristianos durante la Reconquista destaca el llamado Pendón de las Navas de Tolosa, una pieza excepcional que, pese a su nombre, no es un estandarte, sino un suntuoso tapiz almohade. Con unas dimensiones de 3,26 por 2,22 metros y un peso de 6,2 kilos, esta obra maestra textil fue elaborada con seda e hilos de oro, adornada con intricados motivos decorativos e inscripciones árabes que revelan su origen lujoso.
Según la tradición, este fastuoso tejido formaba parte del palio que protegía la entrada de la tienda del califa almohade Muhammad al-Nasir, líder de las fuerzas almohades.
Aunque inicialmente se atribuyó su traslado desde Jaén a Castilla al rey Alfonso VIII, vencedor en Las Navas, estudios recientes indican que fue su nieto, Fernando III el Santo, quien lo donó al Real Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas décadas después. Hoy, este tesoro medieval se conserva como pieza central del Museo de Telas Medievales del monasterio, donde sigue deslumbrando por su riqueza artística y su valor histórico como símbolo de un choque de culturas y un triunfo legendario.
Desde 1331, este símbolo histórico cobra vida cada año durante la fiesta del Curpillos en Burgos, cuando una réplica del tapiz (realizada en 1950) recorre las calles en procesión. Otra copia idéntica preside el Salón del Trono de la Diputación de Navarra en Pamplona, testimonio del papel crucial que jugaron las tropas navarras en la batalla.
La leyenda de las Navas de Tolosa se completa con otro singular trofeo: las cadenas que supuestamente sujetaban a los imesebelen o Guardia Negra del califa. Estos guerreros esclavos, reclutados desde niños en el África subsahariana, formaban un cuerpo de élite dispuesto a morir por su señor.
Según la tradición, el rey Sancho VII el Fuerte de Navarra rompió estas cadenas durante el asalto final al campamento enemigo. Como símbolo de su hazaña, los eslabones fueron repartidos por Navarra. Además, el monarca regresó con una esmeralda del turbante del califa (que este perdió en su huida) y que hoy se conserva en el Museo de Roncesvalles.
- Dos tramos en la Real Colegiata de Roncesvalles (panteón de Sancho el Fuerte).
- Un fragmento en la Catedral de Tudela.
- Otro tramo en el Palacio de Navarra, junto a la réplica del pendón.
En la iglesia de San Miguel Arcángel de Vilches se conservan varios objetos históricos vinculados a la batalla de las Navas de Tolosa: la Cruz del Arzobispo don Rodrigo, una bandera, una lanza de los soldados que custodiaban a Miramamolín y la casulla que vistió el arzobispo al oficiar la misa el mismo día de la contienda.
La Batalla de las Navas de Tolosa no fue solo un enfrentamiento militar, sino un punto de inflexión histórico que tuvo como escenario las tierras de Jaén. Hoy, 813 años después, la provincia mantiene viva la memoria de aquel episodio que cambió el curso de la Reconquista, ofreciendo a visitantes e investigadores la oportunidad de pisar el mismo suelo donde cristianos y almohades escribieron una página crucial de nuestra historia.
Es una pena que el Pendón de la Batalla, la esmeralda del turbante y las míticas cadenas de los esclavos liberados ya no descansen en su tierra natal. Qué ironía que estos símbolos de victoria y libertad, nacidos en suelo jiennense, hayan terminado lejos del lugar donde cobraron su verdadero significado.
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