El eco de las palabras
LA TRIBUNA
Falta concienciación, civismo y responsabilidad. Sobra fanatismo y afán de medrar. Jaén debe empezar a creerse una ciudad moderna y acogedora, no una villa decimonónica enrocada en sus tradiciones. Debe dejar de envidiar a la vecina y comenzar a quererse y respetarse como lo que es: capital
Nuestro mundo siempre parece estar a punto de acabarse. Es como un impulso irrefrenable de la condición humana. Caminamos sin solución hacia el fin y así ha sido en todas las épocas históricas. Solo en la capital del mundo de cada era, ya sea Atenas, Roma, Bizancio o Nueva York, todo parece ir a las mil maravillas; aunque pasado un tiempo esa plenitud se torna en decadencia, volviendo a clamar en sus calles la queja constante que produce la nostalgia de los días de gloria… Resumir el eterno retorno de la civilización en un solo párrafo no es tarea fácil. Es más, resulta innecesario, pretencioso y pedante a manos llenas, pero me ha parecido la mejor forma de iniciar este artículo antes de centrarme en mi ciudad, Jaén, y del devenir de su cotidianeidad en estos últimos meses tan convulsos más allá de la misma. Porque sí; porque este 2023 después de Cristo, 1445 de la Hégira, 5784 Hebreo en el que vivimos nos está sacudiendo sin tregua y eso que aún no ha terminado. Cada cual vive su año a su manera; cada cual soporta sus noches como mejor puede y se sigue levantando a la mañana siguiente en busca del pan suyo. Unas veces se encuentran hogazas calientes; otras mendrugos… El caso es llevarse algo al buche con tal de calmar la ansiedad existencial y poder echar después una pestañica que nos permita olvidarnos de todo.
Pero no. Este año, del cual ni siquiera nos ponemos de acuerdo en el número, nos lo está poniendo ciertamente difícil a la hora de pasar página. Arrastramos una guerra en los confines de Europa que parece la antesala de un conflicto global y desde hace unas semanas venimos presenciando la enésima batalla en tierras palestinas… Y aquí estamos, a mediodía, presenciando cómodamente desde nuestras casas todas esas atrocidades perpetradas como siempre en nombre de la política y de la religión, con las manos limpias y los tobillos llenos de la sangre que corre a nuestros pies sin inmutarnos. En una mano el teléfono; en la otra, una copa o la cuchara. La espada la dejamos para el otro…
Más allá de los crímenes contra la humanidad, el panorama nacional tampoco nos da cuartel. Con una inflación descontrolada de precios y, por ende, de gónadas, que ha convertido la palabra «ahorro» en una quimera; con elecciones cada cuarto de hora, no vaya a ser que la clase (poca) política tenga que ponerse a resolver en serio los problemas de la ciudadanía; con amnistías y demás agravios comparativos, por mucha Constitución que constituya; con banderas de todos los colores (esteladas, carlistas y cruces de Borgoña, en un prodigioso alarde de modernidad) siendo enarboladas hasta un ridículo, enfermizo y peligroso paroxismo; con militares retirados llamando al alzamiento (¡con qué descaro se manda a la juventud al frente!); y, por si fuera poco, sequía. A veces hogazas; otras mendrugos… Pero ya ni aceite, porque cuesta lo que le costó a Diego de Almagro.
Hace tan solo unas décadas que podemos conocer en tiempo real lo que sucede en cualquier parte del planeta. Antes las noticias tardaban días, semanas, meses e incluso años en circular. Cada población… ¿Qué digo? Cada calle vivía de espaldas a las demás y lo único que interesaba a sus habitantes era si cortaban el agua, si en la pastelería había buñuelos, si la vecina ya no cuidaba sus macetas o si su marido estaba todo el día en el bar. De vez en cuando un corte de luz unía a todo el barrio pero, más allá de puntuales problemáticas comunes, la existencia se reducía a unas cuantas personas del círculo más cercano y el resto se miraba de soslayo en el mejor de los casos para volver acto seguido a los quehaceres de las distancias cortas y del balcón de enfrente. Nada de pensar en trascendencias, que eso solo trae complicaciones… La vida así era más sosegada, que diría de la Cruz; más descansada, que diría de León; ambos frailes, por cierto, muertos el mismo año, supongo que de puro aburrimiento…
El caso es que yo aquí venía a hablar de Jaén y ya llevo un buen rato divagando sin meterle mano al asunto, haciendo honor al noble arte practicado por la respetable clase política española: el arte de la Horatoria. Es decir, hablar durante horas sin decir absolutamente nada. Así que más me vale poner remedio y entrar en harina de una vez por todas si quiero que ustedes me sigan leyendo en sucesivas entregas. Jaén. Andaluces de Jaén. Jaén, Jaén. Jaén, Paraíso Interior. A la palabra «Jaén» le pasa como al término «España», que se tiende a repetir de forma compulsiva para demostrar orgullo, pero que al final resulta cargante, por empalagoso y costumbrista. Supongo que en todas partes sucederá lo mismo; y no hay nada malo en ello porque, de un modo u otro, cualquier persona se siente orgullosa de su tierra.
El problema radica en la cantidad de eco que genera el sonido de sus sílabas cuando acaban de pronunciarse en voz alta. A mayor eco, mayor vacío. Y a mayor vacío, mayor espacio para nuevas promesas incumplidas. Jamás falla la ecuación… De ese vacío viven unos cuantos (muchos) personajes que, bajo el socorrido paraguas de diferentes administraciones públicas, asociaciones y grupúsculos variados, no hacen sino instrumentalizar sus cargos de representación para culpar al contrario de esos incumplimientos. Pero cuando hay sequía de propuestas no sirven los paraguas y la sociedad acaba por abrazar la Santísima Trinidad del descontento y la resignación: asomarse al balcón y llevarle la vida al vecino para olvidar la propia; ondear una bandera y vociferar lo bonita que es; o hacer las maletas en busca de nuevas y mejores oportunidades lejos de estos lares.
¿Olivas o aceitunas? Tengo un buen amigo, no tan bueno, que me suele tocar las narices con esa disyuntiva de barra de bar. Que no es tal, porque se dice aceitunas, te lo vuelvo a repetir… Pero sí tiene razón en una cosa ya que, cada vez que viene a la provincia, cae en la cuenta de que debajo del mar de olivos solo hay desierto. Un desierto inmenso fruto del monocultivo que ha traído riqueza pero que, de ir mal la cosecha (y ya van algunas), aboca a la miseria a miles de familias. Es lo que tiene poner todos los huevos en la misma cesta. Algo parecido al hecho de que una sola empresa fagocite toda la economía de una localidad… Acabado el plato nadie recoge la mesa, pero todo el mundo se levanta y abandona el restaurante; algunos incluso sin haber pagado el ágape.
Luego hablamos de la España vaciada como una desgracia, aunque pocas veces como consecuencia de una absoluta falta de previsión. A menudo las medidas que se toman para reactivar la economía local no pasan de ser meros paños calientes que intentan paliar un daño previo. Modelos como el de los centros comerciales generan mayoritariamente empleo precario a cambio de destruir tejido comercial autóctono, provocando cierres en cadena de negocios en una misma calle del centro de la ciudad. Da verdadera pena transitar por algunas aceras, otrora iluminadas por llamativos escaparates, ahora ennegrecidas de oscuridad y silencio. A cambio, vamos en coche hasta las afueras y accedemos a un recinto del que no necesitamos salir para sentirnos felices y saciados. Esos centros son la Nueva Babia. Eso sí, al salir nos comemos un buen atasco, hacemos aspavientos mientras tocamos el claxon y, callejeando, exclamamos: ¡Qué pena; está Jaén muerto! Todo ello negando con la cabeza, por supuesto, pero con la conciencia tranquila de que eso no es culpa nuestra. ¿Qué podemos hacer, al fin y al cabo? Por cierto, ¿dónde habré puesto mi bandera? Hace días que no la veo. Cada vez tengo menos memoria… Mejor será que aparque por aquí que, como está todo el mundo comprando, Jaén se ha quedado súper tranquilo para tomarse unas cañas.
Estas, querido lector, querida lectora, son las vías que nos han sido trazadas. Pero más allá de las tres adormideras antes citadas se abre ante nosotros el vasto dominio de un cuarto camino plagado de espinas, consistente en trascender. Es decir, olvidarnos de lo provinciano para prestar atención al mundo que nos rodea, aprendiendo del cosmopolitismo, abriendo la mente a nuevas realidades, relativizando los problemas y aportando nuestro granito de arena en la mejora de nuestro entorno, comenzando para ello mejorándonos a nosotros mismos y nuestras familias para, poco a poco, ir ampliando el radio de nuestras acciones hacia el bien común. Cada cual en la medida de sus posibilidades: unas personas creando empresas que generen puestos de trabajo de calidad; otras personas ofreciendo cultura; otras embelleciendo la ciudad y haciéndola más amable; y otras, al menos, no molestando a quien decida remangarse... Bonito, ¿verdad? Pueden aplaudir, si lo desean. Pero tanto ustedes como yo sabemos que son muchas (pero en general pocas) las almas caritativas que usan las manos para algo más que aplaudir o trabajar solo para beneficio propio. Falta concienciación, civismo y responsabilidad. Sobra fanatismo y afán de medrar. Jaén debe empezar a creerse una ciudad moderna y acogedora, no una villa decimonónica enrocada en sus tradiciones. Debe dejar de envidiar a la vecina y comenzar a quererse y respetarse como lo que es: capital. Es decir, cabeza de un proyecto común llamado Jaén, con sus 97 municipios y sus más (cada vez menos) de 600.000 habitantes… Castillo y Catedral, sí; pero no solo Castillo y Catedral. Y que los raíles, ya sean de tren o tranvía, sirvan para que Jaén sea locomotora de sí misma, no el vagón de cola de Andalucía. Y que no nos cabreen, no vaya a ser que nos dé por poner un peaje en Despeñaperros…
Hay días que me levanto progresista y otros conservador. Incluso algunos de centro… Supongo que da igual, porque ya los ideales solo obedecen a intereses y todo se ha diluido tanto que los únicos que son felices son los radicales de cada facción. Y felices por decir algo, porque en realidad viven en la amargura de odiar al diferente, aunque eso parece hacerles gracia. ¿Para qué van a hacer el esfuerzo de intentar comprenderse mutuamente? Vida sosegada, descansada; balcón, bandera y a seguir despotricando del alcalde o alcaldesa de turno, que todo lo hace fatal. Por cierto, hablando de alcaldías… Estoy indignado, porque hay un par de baldosas en la calle Maestra que están sueltas. Espero que pronto el Excelentísimo Ayuntamiento de Jaén tome cartas en el asunto, no vaya a ser que tropiece ahí mi conciencia y manche de barro el bajo de mis pantalones. Que ya tengo bastante con tener los tobillos llenos de sangre. Les dejo, que me entra una llamada… Nos vemos en el Jaén Plaza. O mejor aún: nos vemos en los bares, que tienen menos eco.
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