Entre fórmulas y barricas: el legado del "Ruso" y la Bodega Palacios
Jaén Retro
Hay historias que no se encuentran en los libros, pero siguen en el recuerdo de las gentes, en las esquinas de los barrios donde la memoria no olvida. En el barrio de Santa María, uno de los rincones más tradicionales de Jaén, todavía resuenan los ecos de una época en la que el vino se servía con cercanía y las medicinas se preparaban con alma. Esta es la historia de una bodega, una farmacia… y de las personas que les dieron vida.
Nuestra historia comienza en la calle Álamos, en la década de los años 40, con la Bodega Palacios, un próspero negocio familiar dirigido por Ricardo Palacios y su esposa María Alcalde. Ella se encargaba de llevar las cuentas con firmeza, él trabajaba incansablemente para que nunca faltaran clientes. En el mostrador, Jacinto López, el entrañable encargado que atendía a clientes y tabernas a las que suministraba vino, jamón y queso, productos que sabían a tierra, a esfuerzo y a tradición.
Pero la fortuna es caprichosa. En uno de esos viajes que realizaba frecuentemente a la capital de España para pagar los estudios de farmacia de sus dos hijas (Elvira y María), Ricardo fue víctima de un robo mientras viajaba en tranvía. En un intento desesperado por recuperar su dinero, saltó del tranvía en marcha en persecución del ladrón, dándose violentamente contra una farola y quedando gravemente herido por el impacto.
Ya en el hospital, sabiendo que sus horas eran pocas, hizo llamar a Jacinto, su encargado. Le entregó unos cheques aún sin cobrar y una lista con los nombres de los deudores de la bodega: "Prométeme que cobrarás hasta la última peseta", le pidió. Y así fue. Jacinto cumplió su palabra y, gracias a ello, las hijas de Ricardo pudieron terminar sus estudios.
Su hija Elvira Palacios regresó a Jaén con un nuevo compañero de vida: Jorge Drozdowsky Pytlowanyj, un farmacéutico ucraniano que había huido de su país durante los años convulsos de la Segunda Guerra Mundial. Aunque nació en Szerezeniwi, fue en Jaén donde echó raíces. Pronto todos lo conocieron como “el Ruso”, apodo que nunca le hizo demasiada gracia, pero que aceptó con la discreción que le caracterizaba.
Tras la muerte de su suegra María Alcalde, Jorge se hizo cargo de la farmacia familiar en la calle Las Bernardas. Cerró la bodega, considerándola insostenible, despidiendo a Jacinto con respeto y agradecimiento. Entonces empezó su propia historia, la de un farmacéutico diferente, que mezclaba fórmulas magistrales en mortero con una precisión que rozaba lo artístico. Su conocimiento de la farmacopea lo convirtió en un referente del barrio de San Ildefonso y de la ciudad.
Pero Jorge nunca estuvo solo. A su lado, Ricardito, su joven cuñado con discapacidad intelectual, recorría las calles repartiendo medicinas con una sonrisa que aún muchos vecinos recuerdan. Era querido, cuidado y respetado por todos. Una pieza más del alma de San Ildefonso.
Con los años, Jorge Drozdowsky decidió cerrar su etapa y vender la farmacia a Juan Bago, quien luego la traspasó a su hijo, Jorge Juan Bago, el actual propietario. Hoy, en esa misma farmacia donde el “Ruso” escribió una historia de ciencia y corazón, se sigue atendiendo a los vecinos con el mismo espíritu de cercanía.
Porque algunas farmacias no solo curan el cuerpo… también guardan historias que sanan el alma.
En recuerdo a Jacinto López Cabrera, el encargado de la Bodega Palacios, mi abuelo.
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