El parqué
Ligero repunte a la espera
Hay toros que marcan el signo de una ganadería y hay otros que definen una carrera entera instalándose en el recuerdo de los aficionados, en los propios anales del toreo, a través de generaciones. En la historia más o menos reciente no se puede deslindar el halo del Niño de la Capea –es un poner– de aquel Cumbreño de Manolo González que rindió a la durísima prensa de aquel momento de compleja transición taurina. Si hay un toro que definió el reinado de Espartaco fue el célebre Facultades, marcado con el hierro de Manolo González. Cambió su trayectoria y hasta el devenir del toreo de los felices 80 en los rescoldos de la trágica muerte de Paquirri. El propio coloso de Zahara de los Atunes se había coronado como gran figura del toreo con Buenasuerte, un fiero ejemplar de Torrestrella, seguramente la ganadería de su vida…
La lista es más larga pero tiene que ensancharse si hablamos de Milhijas y Borja Jiménez, que ha afianzado su vitola de figura con ese ejemplar de Victorino Martín, un hierro que también marca a fuego el relanzamiento de su vida profesional en las tres últimas temporadas. Hay días que están para uno y la corrida de ayer, organizada in memóriam del mal llamado paleto de Galapagar, hizo honor a tal señor y enseñó la definitiva dimensión del joven diestro de Espartinas, que ya puede presumir de haber cuajado la faena de su vida en la misma plaza que le vio lanzarse al circuito de las ferias en el otoño de 2023 con otro animal memorable llamado Paquecreas. Entonces se había hecho buena la sentencia de Camará: aprender a ser yunque para cuando seas martillo…
La faena de Borja ya forma parte de la propia historia de una ganadería que permanece en la cumbre. El trasteo también marcará para siempre la vida taurina del gran matador de Espartinas por compromiso, extensión, intensidad, armonía, expresión… perfectamente acompasada a la importancia de uno de esos ejemplares inapelables que jalonan la historia gloriosa de esta vacada salvada providencialmente del matadero por Victorino Martín Andrés. Su hijo siempre ha contado que los mejores anales de su ganadería no se pueden separar del momento más óptimo de los toreros que más la entendieron. Y el actual binomio se antoja infalible.
La salida a hombros, más allá de los excesos, la paliza y la caza de alamares y chorrillos del traje de torear, gozó de la hermosura de la autenticidad y llenó el ruedo de esa multitud de jóvenes que no entiende de cancelaciones ni dictaduras ideológicas. La gente obligó a Victorino Martín García, hijo del reinventor de los viejos albaserradas, a acompañar al matador en el apoteósico paseo bajo el arco mudéjar. Gloria a ambos. El toreo vuelve por sus mejores fueros.
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