‘Ena’, la reina de España
Rafael Peralta, único por ser diferente
Caballero rejoneador, Cruz de Oro al Mérito de la Solidaridad Social, Hijo Predilecto de La Puebla del Río, Hijo Adoptivo de Medina de Rioseco (Valladolid), agricultor ganadero, cantante (Disco de Oro), compositor y poeta... Para mí, mi querido y adorado suegro... En mi casa nos enseñaron que a las personas inteligentes, siempre la verdad y a los demás, mejor no decirles nada. La verdad es que Rafael era de naturaleza salvaje. Y lo era por auténtico, único, porque no atendió nunca reglas impuestas, fue verdaderamente libre, espontáneo, imprevisible, con un carisma especial y amó la vida como nunca he visto a nadie. Sin duda, el más vitalista que jamás conoceré... Creo que tenía tan presente la muerte que exprimió la vida cada día, como si fuera el último.
El humor y la inteligencia van de la mano, y Rafael siempre tendrá una sonrisa en su rostro, una forma de afrontar la vida de manera diferente. Un patriarca, un marido enamorado, un padre admirado, un abuelo de película, piedra angular de la familia, un verdadero tesoro para sus amigos, un héroe de su época, junto a su hermano Ángel, al que siempre le manifestó un amor y lealtad por encima de lo normal.
Es curioso, porque ser bohemio no está reñido con ser constante y responsable con tu oficio. Rafael ha sido un ejemplo de responsabilidad en sus quehaceres, hasta que no terminaba lo que había empezado, no paraba.
Me quedo con el aprendizaje de innumerables cosas, por encima de todo, de un concepto diferente del tiempo, de alguien que no se rindió nunca, me transmitió el profundo cariño a los, más que amigos, hermanos de Iberoamérica, el respeto a la raza gitana, el amor a la naturaleza, a su marisma soñada, a su Puebla del alma... y de tantas conversaciones, de sobremesas entre copas de vino mientras le escuchaba un sinfín de anécdotas que bien serían para escribir un libro. Pero sobre todo, por supuesto con su hija Rocío (mi potra salvaje) y el cariño de alguien que será por siempre, un referente para mí y para mis hijos.
Gracias por todo, Rafael. Te prometo que algún día, al recordarte, me partiré la camisa... y entonaré: “¡Jalisco, no te rajes!”.
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