Sanción ejemplar en tiempos convulsos
Rocío, la Madre que nos ha visto crecer
Nos conoce a todos. A cada uno por nuestro nombre. A los de siempre, a los que llegamos luego, y a los que han ido sumándose en los últimos años. Todos somos hijos de la Madre del Divino Redentor. Bueno, todos menos Angelita Yruela, que, como ella misma dice, la Virgen es su hija. Y es que la Virgen del Rocío nos ha visto crecer a todos bajo su mirada maternal y misericordiosa. Hemos tomado su mano y, al cobijo de su manto, hemos alzado el vuelo hacia la luz del Señor que reina por siempre en la calle Santiago.
La Virgen del Rocío siempre ha estado ahí. En nuestras vidas y en nuestras familias, viéndonos crecer como cristianos y como cofrades. Ya sea cubriéndonos de verde terciopelo las tardes de Lunes Santo o llenándonos con su Gracia en la Fiesta de Pentecostés como Blanca Paloma de la paz.
Ella ha sido testigo de todo. En su regazo de Madre se han acunado los que llegaban a este mundo, pidiéndole su protección para la bendita inocencia. Ha sonreído con los juegos de infancia de los que corretean entre las columnas de un templo convertido en hogar. Como en el Cenáculo, ha sido testigo de la comunión de los pequeños discípulos de su Hijo y ha acompañado en la formación a los que confirman su fe. Testigo de aquellos otros que, entre los afanes de la vida de hermandad, han unido tímidamente sus manos, han sentido el amor primero en una mirada juvenil. Siempre bajo su mirada. Testigo de los que se han dado el sí quiero, haciéndola partícipe de un proyecto de vida donde nunca falte el vino de la alegría y la esperanza como en las bodas de Caná. De los que cumplen años por Lunes Santos vividos, y empuñan los últimos tramos donde se impone la veteranía y la experiencia de todo lo vivido y compartido. Y de los que, al final de todo, encuentran a sus plantas la última pará de un peregrinaje que empieza y termina con Ella, Madre Nuestra del Rocío.
Y es que en sus marismas siempre reina la alegría, aunque las lágrimas recorran sus mejillas. Con Ella las penas son menos penas. Y así nos lo ha demostrado en cada momento de nuestras vidas. Algunos descubrimos que detrás de esta cofradía de Lunes Santo hay una hermandad sustentada en la fe y el firme compromiso con la Iglesia. De ello bien se preocupó, desde un primer momento, su mentor, don Eugenio, que dio los primeros pasos de lo que hoy es una hermandad pujante y con futuro. Su memoria está viva en cada rezo de la oración, hecho himno de la hermandad, con la que saludamos a la Virgen del Rocío cada lunes del año.
Son las historias, las vidas y los nombres que han hecho grande la devoción a la Virgen del Rocío en la calle Santiago. Bendita Blanca Paloma que Sevilla corona de vivas y amores, bajo la luz de su mirada.
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