El parqué
Sesión mixta
En la Bienal, cualquier tiempo pasado fue mejor. Las he disfrutado todas y he vivido momentos inolvidables desde la primera edición (1980), cuando un mairenero con talento, Calixto Sánchez, ganó en buena lid el I Giraldillo del Cante en tres noches memorables celebradas en el Lope de Vega. Allí estuvo un genio del cante, Antonio Mairena, apoyando a su pupilo desde un palco del teatro. No es que le tuviera mucho aprecio como cantaor pero sabía que en esas tres noches representaba al mairenismo, su escuela. Aquella fue la Bienal de la ilusión, un festival que vino a cambiar la Sevilla flamenca, tan cateta, con tantos puristas en las tabernas y las peñas que se habían olvidado de Silverio y la Niña de los Peines.
Es justo decir que ya estaban pensando en el futuro Pepe Ortiz y Miguel Acal con la Quincena de Flamenco y Música Andaluza, que fue el germen de la Bienal. En aquel festival no engañaban a los aficionados: lo mismo cantaban Camarón que Los Romeros de la Puebla. El problema vino cuando llegó el magno festival creado por Ortiz Nuevo, El Poeta, y empezaron a vender como flamenco lo que no era, engañando descaradamente no solo a los aficionados patrios sino a los guiris. Era tal el camelo que la cita empezó a caer en el descrédito más absoluto, sobre todo con el nombramiento de directores venidos de la política que utilizaron la muestra como un chiringuito de compadres.
Se nos ha vendido este año que en esta Bienal van a recuperar la ilusión de los verdaderos aficionados, pero la sigo viendo como un enorme gazpacho, una paliza de flamenco para los medios y el equipo del festival, que por cierto es un gran equipo. La dirección es otro cantar, y nunca mejor dicho. El movimiento se demuestra andando y le vamos a dar un voto de confianza al director o los directores, que no hay que ser un lince para sospechar que hay más de uno. El que da la cara es Luis Ybarra, el veterano programador de históricos festivales flamencos. Menos mal que una cita tan antigua como la Bienal funciona prácticamente con el piloto automático y, además, la salvan los buenos artistas.
No estoy ya para carreras, empujones en los teatros para salir pitando en dirección al periódico, luego voy a vivir la Bienal desde el campo y en estos artículos recordaré mis bienales, momentos gloriosos que me hicieron amar el flamenco por encima de chiringuitos políticos y esas sectas que velan por la pureza de lo jondo mientras dormimos la mona. Suerte a todos los artistas, al equipo, a la dirección y a los aficionados. Que Silverio Franconetti Aguilar nos coja confesados y que el tiempo acompañe. ¡Viva el flamenco! Pero que viva más allá de la Bienal.
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