Quiero ser puta

03 de junio 2024 - 10:09

La conocida como profesión más antigua del mundo contaría con un nuevo marco legal si la proposición de ley que presentó el PSOE no hubiese sido tumbada en el Congreso el pasado martes, 21 de mayo.

La propuesta socialista de la tramitación cayó en saco roto, con 184 votos en contra de Sumar, (curioso socio de Gobierno este partido) PP, ERC, Junts, PNV y EH Bildu, además de la abstención de Podemos y Vox.

Durante días previos y posteriores, los debates sobre el asunto florecían a diestro y siniestro. Como la ignorancia es tan atrevida, opinaron justos y pecadores, hasta que las aguas volvieron a su cauce poco a poco y el tema hoy parece que ha caído en el olvido. De momento, hasta que cualquier acontecimiento lo traiga de vuelta a la actualidad mediática y el hámster regrese a su rueda un poco más.

Yo tampoco puedo dejar de darle vueltas a que, si se considera una profesión, las personas que cobran por sexo libremente, deberían ser tratadas como un trabajador cualquiera a todos los niveles. No digo llegar al extremo de tener registro de jornada, pero sí en cuanto a impuestos, cotización, en protección social y demás menesteres. Como un autónomo o un empresario. En lugar de eso, nos rasgamos las vestiduras con el objetivo inútil de pretender eliminar ese oficio, tal y como se ha propuesto el PSOE.

Algo sospechoso o, simplemente, absurdo o torpe, habría en el fondo de ese proyecto de ley para que ni Podemos ni Sumar apoyasen su tramitación. Y es que hay realidades que no aguantan un papel. La vida está ahí fuera y no en los despachos. Demasiados matices para ponerle puertas al campo, quizá.

No quiero, -ni podría tampoco, desde luego- hacer un tratado sociológico sobre la prostitución en España, pero parece evidente que es una profesión y, como tal, debe ser reconocida y valorada. Sí, valorada.

Que quien quiera cotizar para tener una jubilación digna el día de mañana, lo pueda hacer, sin tener que mentir diciendo que es empleada de hogar, por ejemplo. Menuda paradoja.

Me cuentan que el problema es que el 90% de quienes ejercen la prostitución en clubes son de fuera del país y lo que les interesa es ahorrar para regresar cuanto antes.

Todo, demasiado complicado. Un auténtico y sangrante problema sin resolver, difícil de manejar sin caer en estereotipos simplistas.

Hecha la ley, hecha la trampa. Aunque, siempre mejor, hacerla. Pero, claro, con fundamento, como diría Arguiñano. Así se evitarían esos discursos de falsos puritanos que por la mañana abogan por ilegalizarla y por la noche se van de jarana a los prostíbulos. A menudo, con dinero que no es suyo. Ahí da igual el partido político que sea, ya sabemos que les gusta a todos.

Perdónenme, el título de este artículo era solo para captar la atención.

No creo que pudiera, ya me gustaría. Me falta oficio, señores. Soy muy poco puta, qué le vamos a hacer… Pero, quien quiera, ¡olé por ella! O por él.

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