Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
También a mí se me “hace bola”. Lleva razón Alejandro Sanz cuando dice que no puede “con tanto” pero voy a discrepar, ligeramente, con el cantante: estamos dando pasos atrás frente a las grandes “injusticias del mundo”, de las guerras y las hambrunas hasta el cambio climático, sin darnos cuenta de que es lo más cercano y cotidiano lo que realmente nos hace tambalear. Basta mirarnos en ese espejo borroso y quebradizo que nos advierte, a diario, que no es necesario recurrir a Donald Trump, Elon Musk y Nicolás Maduro, que no hay que invocar a los rusos ni a los chinos, para sentir los efectos de la degradación. De lo público y de lo privado.
El título de su último álbum, ¿Y ahora qué?, podría valernos para cualquier editorial. De lo que Javier Cercas nos contó en su Anatomía de un instante, la minuciosa investigación sobre el Golpe de Estado que ahora recuperamos en formato miniserie, no hace tanto. Y tampoco hemos cambiado tanto; no en tacticismo y en crispación. Tal vez deberíamos ponernos como obligación recordarlo (representantes y representados; políticos y ciudadanía) para no perder de vista lo que, justamente a los españoles, con nuestra “tradición golpista”, frentista y de revancha, nos ha costado la democracia.
Había pensado escribir esta semana sobre la condena al fiscal general pero quería hacerlo después de leer la sentencia. Inaudito. Llevamos días opinando sobre el fallo judicial sin conocer la validez de las pruebas ni la solidez de los argumentos. Sí sabemos que los jueces no han creído a los periodistas y, por encima del relato del lawfare, para mí es una de las dimensiones del caso más preocupantes: ¿tan poco valor le damos al Estado de Derecho?
El papel de los medios como “perro guardián del poder” no es ninguna idea romántica que desechar. No debería serlo en el país de los Pujol, de los Koldo y los Ábalos, con sus sucedáneos correspondientes de proximidad. También la corrupción se ve con otros ojos cuando son cercanos los actores protagonistas, utilizas a diario la obra que permitió la mordida y puede que hasta conozcas a algún conseguidor.
Después del “y ahora qué”, pareciera que la pregunta adecuada es “y ahora quién”. Pero entonces caeríamos en las redes del lawfare, de la cesta podrida y del “todos son iguales”. No lo hagamos, aunque cueste, por respeto a quienes construyeron nuestra (imperfecta) democracia; a ese 23-F que no fue.
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