
Las dos orillas
José Joaquín León
Neofranquismo sociológico
Escribo estas letras mientras parte de la ciudad, supongo, hace cola para coger un taxi que les deposite en casa, tras una noche de Feria. Es temprano, amanece apenas. Y es día hábil. Pero apenas he encontrado tráfico esta mañana. Lo habría en el real, imagino, que es otra ciudad, la efímera en que un porcentaje no menor de nuestros conciudadanos querría vivir de forma perenne.
Preparaba el café y escuchaba la radio. Un anuncio, creo que de Caja Rural, intenta captar clientes jóvenes, universitarios, prometiéndoles unos euros (creo que cien) por cada sobresaliente, siempre que no tengan ningún suspenso, y con un tope, que tampoco hay que pasarse. Me parece fantástico y sorprendente.
Vaya por delante que no tengo ni idea de las condiciones de esa cuenta, de la letra pequeña que en todo contrato con una entidad bancaria o aseguradora hay. Y, por supuesto, no creo que esa promoción de esa Caja sea necesariamente nacida de bondad del corazón, ni siquiera tendría por qué serlo –aunque no hay que descartar, y menos en una entidad con el perfil de las cajas rurales tradicionales no excesivamente colonizadas por los políticos, y por ello y por su buena gestión supervivientes, que sí hubiera un componente al menos parcial de voluntad de promoción social–.
Pero me parece una idea fantástica, decía, porque creo que es bueno para todo el mundo. Para los beneficiarios, no sólo porque reciben unos euros más allá de la retribución que en su caso tenga la cuenta, o no, sino porque se ven respaldados en su voluntad de esfuerzo. Para la Caja, porque capta unos clientes que, dado que sobresalen sobre la media en inteligencia o en trabajo, tienen mayor probabilidad que otros de seguir siendo buenos clientes en el futuro o, al menos, de seguir siendo buenos objetivos para una entidad financiera, aunque sólo sea porque cabe suponer que tendrán más ingresos que los que ni se esfuerzan ni tienen especial facilidad para obtener buenos resultados. Para la sociedad en general, por fin, porque se recuerda, aunque sea como una campanita lejana y solitaria, que el mérito es bueno, que el esfuerzo debe ser alabado, que la hormiga tiene, o debiera tener, un final mejor que el de la chicharra.
Y también se me antoja un tanto sorprendente el anuncio, adelantaba párrafos arriba, porque nada contra corriente, porque es una rara avis en este mundo donde el esfuerzo está denostado especialmente en relación con los jóvenes y su formación. Por supuesto, esa pretensión del poder político, económico e ideológico predominante de que los individuos no quieran sobresalir, no se esfuercen por prosperar, no es casual ni por ayudar a que la gente lleve una vida cómoda y sin estrés: tener ciudadanos dependientes y sin ambición, con los ingresos suficientes para que puedan consumir pero no invertir, es el ideal de quien quiera manejarlos. Por eso, premiar a quien se esfuerza, educándolos en que eso tiene premio, aunque sea sólo económico (que no es poco), me parece de agradecer.
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