Vericuetos
Raúl Cueto
El caso
Hace unas semanas hablé de incendios e incendiarios y, cual profecía, se ha hecho realidad el peor de los escenarios, donde cada cual le echa la culpa al otro mientras Roma arde. Vivimos tiempos convulsos, no cabe duda, y uno ya se cansa de tantos sobresaltos y frentes de combate. No sé si es porque la infancia tiende a idealizarlo todo o porque realmente era así, pero no recuerdo a mis padres vivir con el agotamiento que yo siento a diario.
Antes había una guerra y uno se enteraba casi cuando había acabado; ahora, en cambio, se retransmite en directo y los muertos parecen más. Antes había un incendio y las noticias hablaban de él cuando solo quedaban cenizas; ahora nos llega hasta el olor a humo. Antes había desgracias y atentados y golpes de estado, claro que sí, pero yo me iba a jugar a la calle y al llegar de noche a casa solo me preocupaba si mi padre me mandaba callar durante el telediario. Ese era el síntoma de que algo serio pasaba y, lo más importante, que nos podía afectar de lleno. Si no nos afectaba, podíamos hablar porque el asunto pasaba lejos. Al fin y al cabo siempre ha habido guerras y catástrofes, así que no se conseguía nada preocupándose por algo que no iba con nosotros...
Por desgracia, en la actualidad todo nos afecta. No hay información que no debamos saber, digerir y, por supuesto, criticar, que es el deporte nacional. Eso nos hace colapsar, nos satura y nos atenaza hasta el punto de que la ansiedad es ya el estado natural del ciudadano medio en este apabullante siglo. Vivimos en constante alerta, valorando siempre las consecuencias de lo que nos rodea (¡cuánto daño ha hecho en nuestras vidas el efecto mariposa!) y no siendo capaces de desconectar. Es más, no nos lo permiten, porque una sociedad sin miedo se vuelve incontrolable. El exceso de información es, por tanto, el nuevo mecanismo de control. ¡Qué alarde de ingenio! ¡Convertir una aspiración social en un arma del poder!
Y dentro de esa libertad de prensa, necesaria, por otro lado, engullimos los crímenes en Palestina, los bombardeos en Ucrania, el auge del racismo ya sin vergüenza alguna, la decadencia de la clase política, la locura del rey Donald, la sumisión de Europa, los buques de guerra rodeando Venezuela y no sé cuántas malas nuevas más, todo ello sentados en nuestra casa, paralizados, bloqueados, anestesiados, normalizando el Armagedón que se nos avecina y hasta esperándolo con cierta curiosidad. Al fin y al cabo no tenemos que hacer nada. Supongo que lo echarán por la tele; espero que sin anuncios…
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