En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Muchas veces la actualidad depara situaciones que parecen pensadas por alguien con ganas de broma. No deja de ser una de ellas el hecho de que el primer acto oficial que se va a celebrar en las por fin rehabilitadas Atarazanas de Sevilla sea una reunión de políticos, cuando ha sido la desidia y la ineficacia de los políticos lo que ha permitido que durante décadas uno de los más edificios históricos de mayor significación arquitectónica de España haya estado abandonado y al borde de la ruina. Mañana miércoles, si se mantiene lo anunciado, el Consejo de Gobierno de la Junta celebrará bajo su venerable arcada su reunión semanal, lo que permitirá que Juanma Moreno entre en el recinto revestido como el salvador del monumento y artífice de su devolución al pueblo. Cosas que pasan. Como vivimos tiempos de eslóganes, en los que la propaganda se impone con facilidad a la sobrevalorada verdad, la portavoz oficial ha podido expresarlo con pocas palabras: “Han pasado tres presidentes, de la Junta y cinco consejeros de Cultura, pero se va a inaugurar con Juanma Moreno”. Una forma de verlo y de decirlo.
Pero una mirada más o menos rigurosa al pasado reciente de un edificio que desde la Edad Media ha debido ver de todo permite comprobar que las Atarazanas se han salvado gracias al empeño, la discreción y, sobre todo, el dinero de una entidad privada: la Fundación La Caixa, que ha corrido con más de la mitad de los casi 20 millones de euros que ha costado la obra y que ha tenido que lidiar con carros y carretas para poner de acuerdo a las administraciones, capear las rasgaduras de vestiduras de los autonombrados policías del patrimonio y culminar un proyecto que ha estado muchas veces al borde del fracaso. Todo ello después de que tuviera que renunciar a ubicar en las Atarazanas su CaixaForum, que tuvo que cambiar ese emplazamiento privilegiado, que hubiera dignificado el edificio, por los sótanos de Torre Sevilla, lo que ha reducido notablemente su impacto en la ciudad.
Ahora, y esa es otra que refleja muy bien cómo se hacen las cosas en Sevilla, nadie tiene muy claro qué uso se va a dar a las Atarazanas, aunque el hecho de que la Fundación Cajasol vaya a ser la encargada de llenarlo de contenido permite adivinar que las cosas se harán con suficiente racionalidad. Otra garantía radica en que la rehabilitación es obra de Guillermo Vázquez Consuegra, un arquitecto que ha dado muestras más que sobradas de que rehabilitar no es hacer un pastiche con el pasado, sino recolocar un edificio en su entorno y ponerlo en uso respetándolo y mejorándolo. No entiende el arriba firmante las polémicas en las que se siempre se ven envueltos los proyectos de Consuegra, un arquitecto que Sevilla debería mimar por lo menos lo mismo que se le mima fuera.
A las Atarazanas habrá que aplicarle el viejo dicho de que bien está lo que bien acaba. Pero cada vez que entre en el recinto o pase cerca de él, recuerde que también es un monumento a la desidia. En Sevilla hay un puñado de ellos, pero no tan grandes.
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