Notas al margen
David Fernández
Los portavoces espantapájaros del Congreso
Gafas de cerca
Thomas Ceccon es un nadador italiano que ha obtenido cuatro medallas entre las olimpiadas de Tokio 2020 y París 2024. He llegado a conocerlo no tanto por estas hazañas como por la difusión que su indiscutible belleza ha tenido tras acaparar los focos con el oro en los 100 metros espalda. Su fama no se ha quedado ahí, sino que se ha relanzado al difundirse una tierna foto en la que, mochila al lado, duerme a media tarde en un parque, en posición fetal, sobre su lado izquierdo; la que, según dicen, es la ideal para caer en los brazos de Morfeo. Descartemos que se trate de un numerito mediático, aprovechando su condición de campeón, su físico en plenitud y sus ojos color miel (cerrados en esa imagen).
El atleta del agua huía de su habitación en la Villa Olímpica. Ya él se había quejado, como otros deportistas allí alojados, de que la falta de aire acondicionado y los colchones de teletienda eran insufribles. En París o en Berlín, y en cualquier playa del litoral español –quitemos la cornisa cantábrica, y con reparos—, puede hacer en verano un calor tan castigador como en el Valle del Guadalquivir o en un monte almeriense; en la Málaga del terral y en el Estrecho con levante: esa “sensación térmica” en la que cinco grados no son nada cuando azota la humedad o el desconsuelo eólico. Negar eso es no haberlo vivido aquí y allí. La ostentación de la “sostenibilidad” ha proscrito en París 2024 el aire acondicionado, y no sólo en los autobuses que desplazan a los atletas, sino en las estancias de los deportistas. Algo sádico, y de cara a la galería: los prebostes del COI –no nos quepa duda– no han practicado tal estoicismo medioambiental: “’Pa’ ti, chaval... y ‘pal’ mundo”.
Hay una connotación en la actitud de Ceccon que no debe pasar desapercibida. Como buen deportista, practica la siesta. Como tantos italianos y otros europeos, y humanos en general. Unos la llaman riposino, otros nap o mittagsruhe. Pero “todos los pájaros comen trigo... y la culpa, para el gorrión”. El sambenito recae sobre los españoles (propongo a los indepes que incluyan en sus decálogos de la diferencia que la siesta nunca ha sido un rasgo antropológico de los catalanes). La siesta es una forma de reciclar la jornada. En la canícula y sus horas más crueles es casi un deber sanitario. Y un placer, además de una productiva costumbre. Sea en un parque huyendo de la celda de la Villa, sea en una butaca, sea en un cuarto de casa previamente aislado de los calores. “No me fío de quienes dicen que nunca echan una cabezadita”, dice un amigo.
También te puede interesar
Notas al margen
David Fernández
Los portavoces espantapájaros del Congreso
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Que hablen los otros, qué error
El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Las dos orillas
José Joaquín León
La nueva Hispanidad
Lo último
Salud sin fronteras
Sanidad e impuestos
Visto y Oído
Abogadas
Editorial
El deporte como ejemplo
La tribuna
Cincuenta años después