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Los premios Ondas son siempre un termómetro de la vida política española. Uno de los galardones de este año es para el equipo de Televisión Española que cubrió la muerte del papa Francisco. Por delante, mis felicitaciones. Al ver la nómina de premiados, entendí que uno de los galardones morales debería ser para La Familia de la Tele, con cuyo estreno nos machacaron hasta la saciedad. Estreno que se vio aplazado por la muerte del primer pontífice argentino de la historia de la Iglesia. Lo mismo ocurrió una semana después con el Gran Apagón. Un segundo premio moral para La Familia de la Tele, que finalmente fue retirada de la programación.
Se fue la Familia de la Tele y se quedó la Tele de la Familia. Una fórmula que llaman de infoentretenimiento y que según aseguran está consiguiendo notables éxitos de audiencia. Una serie de programas que nacieron al cobijo del nuevo Consejo de Administración de Radio Televisión Española, lo primero que hizo el Gobierno con sus socios horas después de que se conociera el alcance de la dana de Valencia. Ya que tanto lo mencionan, un bar ya más famoso que Chicote o Tiffanys, estos programas también son coetáneos del Ventorro.
El Gobierno ha sacado ahora a pasear el fantasma de Franco. Es lo mismo que Franco hacía con los fantasmas de la masonería y el comunismo. Han pasado cincuenta años, pero el país sigue siendo el mismo. Pasa con las glaciaciones. Lo van a terminar resucitando, dando por bueno el argumento de la novela de Fernando Vizcaíno Casas, aquel escritor y abogado de derechas que tenía como pareja de ajedrez al dramaturgo comunista Antonio Buero Vallejo.
El franquismo y el sanchismo tienen cosas en común: la exaltación de los números, la agitación de los símbolos y la hagiografía, palabra cursi y científica para llamar al autobombo, donde hay una tropa de mariachis para las consignas, los lugares comunes y la oración del día. Anunciaron a bombo y platillo la primicia mundial de Los papeles secretos del No-Do. Comparado con su aparato de propaganda, el No-Do de Franco era un vídeo-club de aficionados. Parafraseando a Cioran, han hecho de la televisión pública un breviario de servidumbre. Críticos con la oposición, sumisos con el Gobierno. ¿Qué fue de los viernes de negro? Se han hecho de tecnicolor.
La televisión es la continuación del Consejo de Ministros por otros medios, como decía Clausewitz de la guerra y de la política. Los ministros y ministras son los nuevos chiripitifláuticos. Le gustaría la analogía al conductor de 24 horas porque en un alarde de compañerismo se confesó deudor de Locomotoro. La Familia de la Tele no se ha ido. Está en permanente campaña electoral. Lástima que nos quedáramos sin Belén Esteban, damnificada por fumatas blancas y apagones negros. Agotaron las banderas de Gaza y ahora toca sacar a Franco a pasear. Se equivocó Graham Greene cuando en El tercer hombre decía que lo único que inventaron los suizos fue el reloj de cuco. Le faltó tiempo para incluir las 19 reuniones secretas del Gobierno rehén con el prófugo Puigdemont en alguno de esos hoteles que salen en las novelas de Joël Dicker.
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