Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
En este país nadie dimite; se va cuando lo cesan. Cuando desde Génova o Ferraz, desde la atalaya partidista que toque, el aparato dice basta. Es una norma no escrita del Manual de Supervivencia del Político Español que transita por todo el arco del espectro ideológico. Del populismo de derechas al radicalismo de izquierdas pasando por un centro moderado cada vez más menguado. Y aun sabiendo que las mismas palabras significan realidades muy diferentes. ¿Cómo es posible que un término tan sencillo como “patria” para unos signifique pedigrí y poder y para otros justicia social e igualdad? ¿Por qué unos hablan de “migrantes” como diversidad y oportunidades y otros de “inmigrantes” como usurpadores de derechos y criminales?
No sé si alguien lo ha estudiado, pero es algo consustancial a lo que históricamente significa “ser español”. Ya en el siglo XIX, Ángel Ganivet defendió en su conocido Idearium que el verdadero liderazgo debía surgir de la honradez interior, no del cálculo político. ¿No es lo mismo que décadas más tarde dirá Kapuscinski cuando decía que “los cínicos no son para este oficio” y que hay que “ser buena persona” para ser periodista? Más aún para quienes se dedican a la política representándonos a todos.
Pero ahí está Carlos Mazón. Ha tardado un año en irse y lo hace sin dignidad, sin terminar de explicar qué hizo la trágica tarde de la dana (además de almorzar y hablar despreocupadamente de fútbol) y pervirtiendo la palabra “víctima” para apropiarse de ella, para darse pena y para violentar, una vez más, a quienes perdieron la vida en las riadas. A sus familiares, a los valencianos y a todos los españoles; votemos a quien votemos. Fue aquella tarde y fueron las mentiras de después. Ha sido su ninguneo a las víctimas y ha sido todo el año que se ha dado de margen para redimirse con una promesa de reconstrucción que tampoco ha llegado.
Pero no hay autocrítica en su dimisión. Otro que se va tarde, mal y sin convicción. No por ética, sino por estrategia. Como tampoco la hay en Génova, donde Feijóo navega a la deriva (de Vox) y sin liderazgo. Del verso libre Ayuso al fiasco embarrado de Mazón.
No me dan pena. Por mucho que manipulen las palabras, maquillen las imágenes o disfracen los silencios. En este país, para mantenerse en el sillón, hay que saber fabricar el relato, esquivar la responsabilidad y sobrevivir al naufragio. Y para eso, sí: los cínicos mandan.
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