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En un curso sobre escritura creativa, Sara Mesa nos habló de una forma de escribir llamada “escritura dónut”. La idea es fácil de entender: primero se decide de qué se quiere hablar, y después no se lo menciona sino de forma indirecta. De este modo, en lugar de mencionar la palabra “pobreza” o la palabra “soledad”, mostramos a un personaje que llega a su casa, abre la alacena, rebaña la última lata de atún que queda y se tira en el sofá para cenársela a palo seco mientras mira TikTok en un salón en penumbra.
El concepto de dónut ha sido muy socorrido a la hora de designar fenómenos o teorías. Tal vez el dónut metafórico más famoso sea el de los agujeros negros, con su centro impensable, con su horizonte de sucesos, con su límite de Chandrasekhar, que es la cantidad de masa que una estrella puede alcanzar antes de colapsar y empezar a absorber todo lo vivo y lo muerto que estaba a su alrededor.
Vengo a añadir un uso que muy probablemente no sea inédito: la ciudad dónut. Cuando paseo por el centro de Sevilla o de Madrid, lleno de bares, de tiendas horteras y estruendosas, de comercios que imitan lo antiguo u ostentan en sus títulos “desde 2024”, como si de una ambiciosa y optimista dinastía se tratara, y pienso en cómo al ruido de los carros de la compra le siguió el de las maletas con ruedas, se me viene a la cabeza algo parecido a esos otros usos del dónut como símbolo.
El centro actual, ese que sale en todas las guías turísticas y que los que nos visitan buscan confirmar, más que conocer, es una ciudad que no existe más que en su nombre. Cada vez más, mis amigos y conocidos, a no ser que les haya sonreído la fortuna de una herencia o de un casero bondadoso, habitan la masa del dónut, porque el centro es un punto muerto, donde sólo crecen flores artificiales y a veces hermosas, donde casi todos pasamos muchos de nuestros ratos, pero que ya no es nuestro.
Se llama Sevilla o Madrid al centro, pero la Sevilla o el Madrid vivos son los que lo rodean. Y hay una gran ciudad, llamada de muchas formas, que como en un cuento de Borges o Lovecraft se replica en la tuya y en la mía, con sus mismos establecimientos, sus mismas marcas, sus mismos apartamentos turísticos y hoteles, y que está en el centro de lo que nombra, pero no es lo que nombra, y absorbe poco a poco lo vivo y lo muerto. El límite se superó hace tiempo.
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