Cofrades heterodoxos

¡Oh, Fabio!

17 de abril 2025 - 03:09

Tengo por blasón el haber sido costalero del Cristo de la Vera Cruz, el crucificado más antiguo que procesiona en la Semana Santa de Sevilla, con el desafortunado alias de Pestiñito. Lo cierto es que lo fui solo un año y de rebote. Me reclutaron en un bar, como a los legionarios de la Guerra de África, para mitigar la falta de gallegos con los que cubrir las trabajaderas de la hermandad. Eran otros tiempos. Entonces, todavía coleaba el Vaticano II y había mucha gente, normalmente de los ámbitos progresista y moderno (pero no solo), que abominaba de las cofradías. Les parecía algo tremendamente rancio y trentino, cuando no nacional-católico. Hoy es raro encontrar alguien que piense así. A todo el mundo le gustan las cofradías. Y a los que no se limitan a largarse a la playa sin alzar ninguna bandera. El entusiasmo actual por la Semana Santa es tal que el señor arzobispo presume de que Sevilla es la capital mundial de la piedad popular. Y, voto a bríos, que no le falta razón. Eso sí, los conversos que quieren seguir manteniendo una pátina de progreso se refugian en su heterodoxia para disimular su caída en el mundo de lo atávico. ¿Cómo identificarlos? Muy fácil: todos presumen de un radical nacionalismo de barrio, reivindican las raíces paganas y orgiásticas del fenómeno, flipan con cualquier revoltijo que mezcle lo pop con lo barroco y, como pequeños saltamontes de Sánchez Dragó, te intentan convencer de que todo lo que vivimos son unas tardías bacanales a las que los malvados obispos han despojado (como al Jesús de Molviedro) de su verdadero significado para catequizarnos. A Alain de Benoist, el interesante y desconocido teórico de la derecha alternativa francesa de los años setenta y ochenta –además de consumado anticristiano– se le caerían dos lagrimones de placer si los escuchase. Tanto identitarismo de distrito, neopaganismo digital y ortodoxia de la heterodoxia tiene un inevitable aroma a Nouvelle Droit pasada por nuestros inevitables gustos orientalizantes heredados de mamá Astarté.

Hasta hace poco, los capillitas rancios eran los hartibles de la Semana Santa, pero ahora los cofrades heterodoxos les han ganado en intensidad. Hasta han conseguido que muchos dudemos de nuestros sentimientos y, cuando nos emocionamos ante Jesús el Nazareno navegando por un mar de cabezas, ya no sabemos si se debe a la piedad cristiana que brota del venero de nuestra niñez evangélica o al viejo gen dionisiaco que pide para el cuerpo ménades descocadas y mollate del Condado.

stats