
Envío
Rafael Sánchez Saus
Violencia consentida
Quousque tandem
Se extiende entre algunos jóvenes la idea de que sus problemas –salarios bajos, vivienda, etc.– son culpa de sus padres y abuelos porque el futuro incierto que entreven es consecuencia del desarrollo económico, que los agitadores anticapitalistas califican de desaforado, vivido tras la Segunda Guerra Mundial. Al parecer, esforzarse, producir y levantar un Estado de Bienestar que, sin convertir al ciudadano en parásito, le proteja de la cuna a la tumba con el objetivo de eliminar los cinco grandes males históricos: miseria, necesidad, ignorancia, desempleo y enfermedad, debe ser algo de una perfidia inadmisible.
Todo el mundo es libre de buscar conclusiones que le eximan de responsabilidad y le conviertan en víctima propiciatoria de una conspiración orquestada por malvados poderes ocultos. Pero tachar de insolidaridad generacional, como leí, al hecho de que muchos jubilados cobren por encima del SMI o dispongan de una segunda vivienda cuando, y esto es lo que realmente me indignó, según los robinhoodes ya no necesitan nada, es una indignidad y una indecencia que sólo busca alentar un rechazo irracional hacia un grupo social para ocultar la profunda inutilidad de nuestros dirigentes. Le guste o no a estos jóvenes indignados, la sanidad y educación gratuitas que han disfrutado desde su nacimiento se debe al trabajo de esos a quienes ahora llaman insolidarios por disfrutar, en su vejez, del fruto de su esfuerzo. Obvian que muchos de ellos no viajaron jamás al extranjero o si lo hicieron fue a trabajar y no de Erasmus. Tener más de setenta años en España es haber conocido la leche en polvo americana, el pluriempleo y la mili. Y también, esforzarse lo indecible para levantar a pulso un país que había quedado devastado; aparte de traernos la Libertad y la Democracia en la que los quejicas nacieron y ahora dicen despreciar mitificando dictaduras de uno y otro signo.
Creo, de corazón, que en vez de atacarlos, deberían aprender de ellos, imitarlos, esforzarse y recordar que honrar a padre y madre es, no sólo un mandamiento divino, sino algo muy merecido en este caso. Porque tardará España en conocer una generación como la de los niños de la guerra y la posguerra. Recios como robles y seguros como la tierra a la que se agarran.
Los sentimientos son fruto de las emociones, pero los hechos siempre son tozudos.
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