En tránsito
Eduardo Jordá
¿Por qué?
El señor Musk ha declarado que la UE “debería ser abolida”, después de que la Unión haya obsequiado a X con una multa de 120 millones de euros. Según don Elon, “la soberanía debería ser devuelta a los países individuales, para que los gobiernos puedan representar mejor a sus pueblos”. Obsérvese que ese mismo discurso, cercano a Orban, es el que ofrecen los nacionalismos periféricos respecto de la Administración española. Pero la UE nació, precisamente, con la idea de conjurar los nacionalismos y de fortalecerse frente a señores como Musk. Lo cual viene a corroborarse, a menor escala, con la particular idea de democracia de nuestros nacionalistas más conspicuos: Otegi, Puigdemont, Orriols y demás conjurados de la causa.
En fin, esta apelación a la soberanía no es otra cosa que la vieja estrategia divisiva, intentada con Ucrania, para que los países o las regiones queden a expensas de sus predadores locales o foráneos. El 4º Reich al que hace alusión el señor Musk, referido a la UE, tiene su único símil oportuno y real en la voracidad expansionista y la naturaleza autoritaria de la Rusia de Putin, cuyo linaje más exacto sería, no obstante, una versión difusa y posmoderna del orbe soviético. Asunto distinto es la burocracia de Bruselas, de la que se queja el señor Musk, cuya corpulencia y densidad resulta, presumiblemente, ajena a un ciudadano de los EEUU. Enzensberger llamó a esta intricada y útil red funcionarial “el gentil monstruo de Bruselas”; mientras que Paz, más receloso, considera al Estado un “ogro filantrópico”. En cualquier caso, esta gentil filantropía no tiene otro objeto que aligerarnos tanto del gregarismo que debilita a Europa; como de esa fiebre de lo idéntico, contraria a la propia idea de democracia, con la que se embarnece y medra el nacionalista.
Lejos de haber desaparecido, los nacionalismos no han hecho sino recrudecerse en los últimos años. Y representan, aleccionados desde fuera, uno de los serios peligros que acechan a la Unión. El error del Brexit debiera ser motivo de aprendizaje a cualquier escala. Sin embargo, no parece muy probable. En España se considera “progresista” la política exactiva, tribal y reaccionaria de los nacionalismos que apoyan al Gobierno. Lo cual se hace extensible, como un eco, a las simpatías políticas del señor Abascal y el señor Orban, contrarias a la UE.
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