España no va bien

06 de mayo 2025 - 03:11

No hay que ser Konrad Hermann Joseph Adenauer para darse cuenta de que España no va bien. Solo desde la ceguera política inducida por el sectarismo o los intereses propios más mezquinos se puede obviar que el país tiene serios problemas para funcionar con normalidad. La prueba más evidente de la debacle son los ferrocarriles. No se trata solamente del caos que ayer volvió a adueñarse de Santa Justa debido a la interrupción del tráfico entre Andalucía y Madrid (un eje fundamental de la economía nacional), propiciada por el robo de cobre en Toledo (“sabotaje”, según el más tahúr de los ministros, que ya es decir) y algún que otro problema técnico. La nefasta gestión de los trenes en España con el Gobierno de Sánchez es algo que viene de largo. Los ferrocarriles españoles, que por su naturaleza deberían ser el medio de transporte más previsible y fiable, son un completo desastre, con el consiguiente perjuicio para los ciudadanos, la actividad económica y la imagen de un país que cada vez depende más del qué dirán internacional. No es asunto baladí. La implantación del Estado español contemporáneo no se entiende sin la construcción del ferrocarril y, de alguna manera, su funcionamiento es el mejor test para conocer la salud del sistema. ¿Qué mejor ejemplo de la corrupción que imperaba en la España isabelina que los tejemanejes del Marqués de Salamanca en los albores del caballo de hierro español, donde metió la cuchara lo más granado de la Europa de mediados del XIX? Para explicar los vicios e ineptitudes de la administración franquista bastaría con recordar aquellos trenes atestados, sucios, lentos e impuntuales que muchos llegaron a conocer; y si en algo se notó la modernización técnica y administrativa que estuvo ligada a la Democracia y el ingreso en la UE no hay más que observar el paso de gigante que dieron los trenes españoles, con el AVE como epítome de lo dicho. Todo esto hoy es ceniza y se puede señalar a un claro responsable: el Gobierno de Pedro Sánchez, con mención especial a su ministro de Transportes, Óscar Puente, un político más pendiente de la bronca digital y de insultar a los que no opinan como él que de gestionar la cartera que le ha sido encomendada.

Aunque funcionan los datos macroeconómicos, España no va bien: sin presupuestos, polarizada incluso más allá de la muerte, con una política exterior desconcertante y un serio problema de vivienda, rendida a los intereses de los que quieren destruirla, sufriendo ministros que repiten bulos sonrojantes para salvar la cara, incapaz de gestionar las emergencias con solvencia o de definir un modelo energético... y con trenes que nunca se sabe cuándo saldrán y cuándo llegarán. Solo queda Mérimée para volver a la vieja estampa de la España ineficiente y atrasada.

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