La Feria del malaje
Decía Robert Walser, de oficio paseante y escritor (por este orden), que debajo de un paraguas se sentía como en casa. Como sevillano con papeles en regla, estaría tentado de ponerme debajo de la portada de la Feria para comprobar si bajo su amparo también me siento como en casa. Lo más probable es que no sea así. Es lo que nos ocurre a quienes pasamos por mohínos y malajes en días de Feria.
Bien mirada, la portada de la Feria es como una deconstrucción. La intemperie se muestra cual obra del mismísimo Vitruvio. No hay mejor cobijo para el desubicado. Vista incluso desde la confluencia de Asunción con Virgen de Luján, la portada nos hace pensar que también somos una arquitectura efímera (no digo ya lo que pensaríamos con hectolitros de manzanilla en vena). En hora punta de la Feria, con su colorido y su fragor de apariencias, a uno le gustaría mandar por el móvil no ya su ubicación entre farolillos, sino su desubicación.
Estas cuitas tal vez molestas serían las propias de la impostura si no fuera porque a unos pocos el tiempo nos ha convertido de forma natural en distantes y extraños entre propios. Ver a quienes disfrutan en agobiantes cubículos con irritantes rumbitas y sevillanas, nos causa ya una extrañeza de orden biológico. Como en casi todo la edad va obrando la distancia y cierta desconexión con lo que fue dado. Recordar es ver volver al modo machadiano. Y claro que uno se acuerda de cuando iba a la Feria con más o menos convicción, sonriendo y aparentando y sin pensar mucho en el simulacro o el engaño. Lo curioso es que no sabe uno cuándo llegó exactamente la desconexión, si fue súbita o si fue gradual. Mientras se sigue hablando de las causas del gran apagón nacional del lunes negro, quien más y quien menos lleva consigo su apagón menor y personal cuando llega la irónica noche del alumbrado.
Aun así, estoy tentado de ir este año a la Feria para ver si bajo la portada me siento como en casa, como le ocurría a Walser bajo el paraguas. Si los sevillanos dicen que su caseta es una extensión de su casa (otra farsa), estar debajo de la portada debiera ser como una extensión de la intemperie más acogedora. Qué mejor sitio para apreciar el poso de lo desaprendido y el mundo aquel que se desamortizó sin trauma alguno. Y claro, hoy día festivo, con la Feria en su apogeo, el sin par feriante y la incombustible ferianta me dirán que a qué viene este soporífero sermón. No se lo tomen a mal y diviértanse. Y no se preocupen por tener que invitar a su malajoso más conocido, en la línea quizá de quien esto escribe. Nada como hacer acto de ausencia en la Feria.
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