De aquel fracaso

04 de mayo 2025 - 03:13

El Museo Maria Callas de Atenas es un espacio a la altura de su tiempo; no el de la legendaria soprano absoluta que se manejaba en varias escalas sin hacer muecas evidentes, cosas ambas que, según supe allí, son algo portentoso y sobrehumano. El museo se recorre desde la planta superior a la inferior; ambas pequeñas, recogidas y de delicioso recorrer. El lugar sito en la enjundiosa en el 44 de Mitropoleos, enjudiosa calle de no menos resonante nombre, que nace en la plaza de –qué decir de este– Syntagma, está a la altura de los tiempos. Los de la inmediatez y escasa capacidad de concentración lineal en un asunto, sea una sala de arte, un libro, una charla o un rato de televisión; la contemplación de un monumento o un paisaje. Impera el Efecto Windows, sistema operativo ya cincuentón (es de 1975...) que, como su propio nombre indica, provoca la adicción a múltiples ventanas abiertas y, por tanto a dudosa la reflexión, por fugaz y corta. Como cantaba Freddie Mercury, apellido de origen también griego: “Lo quiero todo y lo quiero ya”.

Bien está si bien acaba, y mejor si plácidamente transcurre, como fue el caso en la galería biográfica inaugurada hace dos años, que quizá por eso aún se mantiene oculta a las escorrentías de visitantes armados de móvil y pertrechados con mochila (como quien suscribe, no nos pongamos estupendos). Por Vasilaki conocí la triste historia. Previamente a mi primera visita, y es que fueron varias: pagué los diez euros tres días. En tierra extraña, uno es de profundizar en lo que aporta placer. La “soprano de coloratura” Elvira de Hidalgo se enamoró tan perdidamente de un señor griego que se plantó en este país tras sus pasos, sus carnes y sus aromas. El tipo no quiso saber nada de Elvira. Quizá entre la vergüenza de volver y la esperanza por lograr su ilusión a pesar del desprecio y el fracaso, decidió ganarse la vida en Atenas como profesora de bel canto. La pequeña Maria ya apuntaba al prodigio, pero educó su voz y su profesionalidad con la turolense. Espinado el corazón, la imagino guiando a la grandiosa diva –aún en ciernes– por los vericuetos de libretos, desde los agudos más asombrosos hasta la gravedad de casi una contralto, iniciándola, según supe por Vasilaki y el propio museo, no sólo en la voz y la interpretación facial y corporal, sino también del carácter y la disciplina. Del pozo sin fondo del desamor surgió el impulso que ayudó al batir de alas y al vuelo de un genio innato. Un ave extenuada soplando su amor y su tragedia a la belleza más inmarcesible jamás escuchada. Eso que puede engendrar, también, el género humano.

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