Halloween y el maligno

05 de noviembre 2025 - 03:10

El exorcista del Vaticano, el padre Francesco Bamonte, ha declarado hace unos días que Halloween podría ser una celebración peligrosa, porque pone a sus celebrantes en contacto con la brujería y el diablo, y en suma, con el orbe de lo maléfico. La fascinación por la brujería en Europa es un fenómeno de siglos, aún vivo en nuestra época, que no cabe enunciarlo en estas líneas. Sí puede recordarse, no obstante, que el Halloween actual es una versión moderna de viejos ritos católicos, pasados a ultramar, y de allí vueltos al Viejo Mundo con sus espléndidas calabazas de mirada llameante y su infantil coro pedigüeño. Truco o trato. De un modo u otro, esa cohorte de espíritus, que acecha en las primeras noches de noviembre, no andan muy lejos de la Santa Compaña y su luminaria tímida e infausta, ni de las ánimas del Purgatorio que vienen a rogar –o a exigir, según– una oración por su alma.

Basta acudir al Don Juan de Zorrilla o a El monte de las Ánimas de Bécquer para comprobar esta permeabilidad, a veces acechante, entre los dos mundos. Mucho antes de que llegara Halloween, Richard Ford explicaba a sus lectores británicos las pintorescas ceremonias observadas en Sevilla, hacia 1831, y recomendaba visitar su cementerio (entonces en el prado de San Sebastián), en las primeras noches de noviembre y la última de octubre. Según recuerda Ford, “al anochecer, en el día de las ánimas, los hombres se envuelven en capas parecidas a sudarios y salen como gusanos de luz, con una campana y un farol, en el que está pintada una bendita pareja en el fuego”. Para un protestante como don Richard, lo inexplicable era toda esa gente pedigüeña y nocturna (¿truco o trato?), que limosneaba para salvar a las ánimas del Purgatorio mediante el rezo. Lo cual nos dirige a este fabuloso invento, perfeccionado durante siglos, que sería una de las causas de escisión de la Protesta: el Purgatorio, “el tercer lugar” como lo llamaría Lutero, en el que la muchedumbre errática e ingobernable de la humanidad encontraría su salvación, a cambio de penar sus culpas.

Son, pues, estas almas, un tanto pecaminosas, pero en espera de disipar sus máculas, las que salían al paso de parientes y desconocidos. Y no siempre lo hacían de buenos modos. En el ultramundo de entonces –que se lo digan a Don Juan Tenorio– también hubo ánimas inclinadas a una justicia súbita y aterradora.

stats