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Según indica el INE, el suicidio entre adolescentes se ha incrementado notablemente este año, siendo la cifra más alta desde comienzos de siglo. Como causas de tal inclinación se ofrecen la soledad sobrevenida con el Covid, la toxicidad de las redes, la propia fragilidad adolescente, la determinación por sexo (los chicos son más numerosos que las chicas) o factores recientes como la IA, a cuyo consejo acuden buscando una explicación o un consuelo. Todo ello sin olvidar que a esa edad la vida se vive con enorme dramatismo, apremiado por los sentimientos y embargado por las dudas, y que uno tarda mucho –“a cada paso aquí soy otro” decía Eugenio Montejo– en encontrar cierta conformidad de ánimo. Llegar a adulto es, en buena medida, un extraño y accidentado logro, no exento, a veces, de amargura.
Los psicólogos también señalan como causa de tal fenómeno la rapidez que exige la sociedad actual, así como la felicidad urgente e indolora que se les promete, luego desmentida por los hechos. En este sentido, hace ya un siglo que Ortega distinguía entre épocas jóvenes y viejas, siendo las segundas aquellas que ponderaban la madurez como ideal del individuo, y resultando las primeras las que encarnaban en la juventud una vida apasionada y rauda, cuyo ejemplo más convencional sería el Romanticismo. Recuérdese, a tal respecto, que la novelita juvenil de Goethe, Las penas del joven Werther, publicada en 1774, puso de moda tanto la indumentaria de sus personajes, como la dramática muerte, a mano airada, de su protagonista. Lo cual queda dicho para señalar que un arte sentimental tiene repercusiones, también sentimentales. Y que es ese mismo influjo, apenas advertido, el que acaban de corroborar desde la Universidad de Stanford, referido a las redes sociales. Según los encargados del experimento con IA, publicado en Science, basta modificar el algoritmo para que la polarización social disminuya y mejore, en consecuencia, el ánimo de los usuarios. Como parece obvio, estos hallazgos son de inmediata aplicación a la discursividad política de los últimos años; pero también, por iguales motivos, a la toxicidad que acucia, desde las redes, a los más jóvenes.
Hasta donde recuerdo, el adolescente vive con extrañeza y pesar su soledad, mientras avanza por un camino incierto. Queda por saber si el mundo de hoy ha complicado y oscurecido ese camino.
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