Lux aeterna

Vericuetos

03 de mayo 2025 - 08:00

La profecía del Papa negro, tan en boga estos días, quizá se refería a que nos íbamos a quedar a oscuras. Fue un lunes, día previo al que los romanos dedicaron al dios de la guerra, cuando toda Iberia claudicó ante los temores más atávicos a la oscuridad. El tan ansiado derecho a la desconexión digital pasó a convertirse en una pesadilla colectiva, donde cualquier sirena era interpretada por nuestra mente como una trompeta del Apocalipsis. Poco a poco la histeria se fue contagiando cual pandemia y pronto quedaron vacías las estanterías de alimentos, agua y todo cuanto el miedo considera producto de primera necesidad. El pánico no entiende de templanzas…

Comer en frío y comprobar cómo ese mismo frío desaparecía de la nevera y del congelador fue otro terror ancestral con el que tuvieron que batallar millares de personas cuya ansiedad se convirtió, posiblemente, en la principal consecuencia del apagón eléctrico. Una ansiedad, diagnosticada o no, que es el gran mal de nuestro tiempo y que apenas somos capaces de domar cuando nos enfrentamos a nosotros mismos sin más artificios que lo que cada cual lleva dentro de sí.

Fue una tarde larga pero bien aprovechada para quien quiso. Juegos de mesa y libros reinaron de nuevo en las casas; conversaciones y miradas lo hicieron en las calles. Por unas horas el mundo volvió a recuperar su pulso natural, lejos de la realidad virtual que nos subyuga, pero jamás dejó de planear sobre nuestras cabezas la esperanza de un pronto retorno al metaverso, pues ya la vida se nos queda corta.

A la caída del sol, con la llegada de las primeras tinieblas, las mesas fueron poblándose de dos de los avances más importantes de la humanidad: el fuego, en forma de velas, y la radio, en forma de transistores. Se contaron historias en cada cueva, con los rostros iluminados al abrigo de la hoguera, y cada tribu volvió a contemplar boquiabierta el manto de la noche, con el cuerpo de Nut salpicado no solo de estrellas, sino también de satélites artificiales a toda velocidad para recordarnos que somos hijos de nuestra era.

A mayor desarrollo tecnológico mayor dependencia del mismo, de eso no cabe duda. Pero igualmente mayor resulta la necesidad de reflexionar sobre nuestro papel en este tiempo, donde el más leve imprevisto deja al descubierto nuestra fragilidad. Por un día el ser humano fue la especie más débil del reino animal… Pese a todo, cuando se hizo de nuevo la luz, volvimos a respirar aliviados contemplando coberturas en las palmas de nuestras manos, convertidos como estamos en quiromantes, preocupados más por conocer el futuro que por disfrutar del presente. Sinceramente creo que, de vez en cuando, nos vendría bien algún que otro apagón para recordar que la luz no es eterna; pero que el próximo me pille con pilas…

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