Mejor viejo que maduro tardío

18 de agosto 2025 - 03:08

El viejo profesor está sentado, en las primeras horas de la desolada y vacía mañana de agosto, en una mesa situada en el fondo del bar. Delgado, abundante pelo blanco rizado, gafas de fina montura metálica, sobre la mesa un café, media tostada, un periódico abierto y un libro que aguarda. Supongo que tendrá algún familiar al que de vez en cuando vea, quizás hijos y nietos que ahora estén veraneando, y amigos supervivientes con los que haga tertulia los días normales. Pero este no es un día normal, es un vacío domingo temprano de un agosto de fuegos y de fuego poblado de ausencias. Pasa despacio las páginas del periódico. Toma un sorbo de café. De vez en cuando levanta la mirada para ver el bar vacío, solo dos turistas en el otro extremo de la larga, antigua y hermosa barra de madera. Cuando lo hace me parece ver un cierto desvalimiento en su mirada que me sugiere que de sus soledades viene y a sus soledades va. Agosto, y más en un fin de semana de puente, es inclemente con los viejos.

Viejo, una hermosa palabra que nos están arrebatando. Parece que suena mal. La retrasan, como las jubilaciones. Cada vez hay que vivir más para poder ser viejo. Los cerebritos de la Universidad de Stanford, tras estudiar a 4.000 personas entre los 18 y los 95 años, han situado el umbral de la vez en los 78 años. Entonces, ¿qué puñetas somos, pasados los 70, quienes antes éramos viejos? Han respondido acuñando el término tan cursi como impreciso de “madurez tardía”, que iría de los 60 a los 78 años. Resulta pues que el solitario lector del bar, que tenía pinta de andar por la mitad de los 70, y yo somos maduros tardíos. Suena a fruta pocha. Prefiero la clasificación tradicional de la OMS, que nos considera viejos entre los 66 y los 74 años y ancianos a partir de los 75.

Dicen que la vejez es una cuestión en parte subjetiva, en parte dictada por la naturaleza de cada cual y en parte por los hábitos saludables o no saludables de vida. Quizás sea cierto. Todos conocemos jóvenes y maduros mentalmente viejunos y a viejos –hoy maduros tardíos– e incluso ancianos llenos de ímpetu físico, anímico y creativo. A sus 95 años Eastwood va a dirigir una nueva película. Pero es una excepción. Déjennos disfrutar del privilegio de haber llegado a viejos sin ponerlo cada vez más difícil retrasándolo.

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