Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Cuando trabajaba como periodista en la sección de Local intenté mil veces hacer reportajes desde dentro. Siempre he sido muy recelosa de la información institucional y siempre he pensado que no contamos bien una historia hasta que no le ponemos cara. Me recuerdo pidiendo permisos, sin éxito, con la ilusión de meterme en una cárcel de alta seguridad, en los antiguos reformatorios, en un centro psiquiátrico o en una casa de acogida. Demasiado sensible todo; demasiado vulnerable. Tampoco ellos, quienes debían abrirme las puertas, se fiaban de los periodistas.
Más de dos décadas en las trincheras del oficio y se ve que todavía sufro el síndrome de la inocencia del novato. No sé si existe pero debería. Nunca deberíamos perder la ilusión de escuchar y dar voz a quienes no tienen, de denunciar y criticar pero también de alabar lo que funciona y puede servir de ejemplo.
Ilusa. Lo sé. Y no tiene cura con la edad. Voy a hablar de menas. Por favor, no dejen de leer aunque no lo haga ni con enfoque dramático ni con connotaciones despectivas. Porque poco sé de lo que pagaron a las mafias para salir de su país, de las palizas en Libia ni de su particular travesía por el desierto hasta verse conviviendo en un luminoso piso a un paso del mar. En Cecina, una pequeña ciudad toscana donde Oxfam Italia gestiona un proyecto de integración. Ellos son Mohamed, Basiru y Amadou.
Ha tenido que ser un proyecto europeo, Global-ANSWER, y un país que no es el mío, el que me haya brindado, también a mí, una oportunidad de pasar al otro lado de la historia... Los tres vienen de Gambia, un país sin futuro; el más pequeño de África continental y uno de los principales puntos de partida de migrantes hacia Europa. Cuando hablo con Mohamed pienso que es tan iluso, o más, que yo: su sueño es ser “¡presidente de Gambia!”.
No me lo esperaba. Sin darme cuenta, me he contagiado de esa idea de que todos huyen, para no regresar jamás, sobreviviendo con trabajos que otros no quieren. Pero, ¿por qué no “volver para ayudar a cambiar las cosas”?
En una visita a Granada para un congreso de migraciones, decía la ministra Elma Sáiz que le habían dado vergüenza las imágenes de Castell de Ferro y Torre-Pacheco de este verano. A mí también. El problema no es (solo) que utilicemos la palabra “mena” para demonizarlos como quiere la extrema derecha, lo realmente triste es que ni nos preocupemos por conocerlos. Que cueste tanto algo tan simple como hablar con ellos, ponerles rostro, saber quiénes son.
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