Juana González
Perdidos
Cuando todavía era alcalde de Sevilla Juan Ignacio Zoido, un concejal de su estricta confianza me comentó la conveniencia de que la Feria comenzara el sábado. El hecho de que toda su estructura estuviese ya montada y la posibilidad de añadir un segundo fin de semana para beneficio del lobby hotelero (hace diez años, el turismo no era el monstruo que nos parece ahora) eran razones más que convincentes para el cambio. Cuando después Juan Espadas llevó el asunto al Pleno previa encuesta popular de aquella manera, nadie se quejó demasiado.
Ya instalados en el modelo de Feria larga, se pudo comprobar que la misma adolecía de varios inconvenientes que la hacían incómoda para el feriante medio, que no tiene que votar necesariamente a Vox ni ser de misa diaria. El primer fin de semana, particularmente el domingo, el número de personas que acudían al real excedía lo que el modelo de fiesta se puede permitir, saltando literalmente todas las costuras. Ni se podía andar por las aceras atestadas, ni se podía consumir (a veces ni siquiera entrar) en las casetas. El resto de la semana, la asistencia era tan desigual que se llegaba al efecto contrario, muchas horas sin apenas público, que es lo contrario de su esencia. Los caseteros, por su parte, se quejaban del mayor gasto en jornales que debían de soportar por el exceso de días aun ingresando lo mismo (ahora, por lo visto, se quejan de lo contrario) y los bares de los barrios echaban de menos a su clientela.
Todo esto motivó el rechazo de una parte importante de ciudadanos, focalizada sobre todo en el feriante de caseta, que llevó a José Luis Sanz a incluir la vuelta atrás en su programa electoral. E hizo bien en llevarlo a cabo cuando ganó la alcaldía, y hay que felicitarlo, a él y a todo su equipo, por los resultados más que satisfactorios de esta edición. A pesar de lo que se dice por algunos, muchos de oídas, el modelo corto o tradicional satisface más los intereses de la mayoría de sevillanos que viven la Feria, aunque por supuesto todas las opiniones son respetables. Podríamos discutir si a la ciudad, como aglutinadora de rendimientos económicos, le interesa más el otro modelo, pero deslizar el debate hacia lo ideológico me parece un error. Por eso creo que se equivoca Antonio Muñoz en su intención declarada de retomar otra vez la cuestión si tiene posibilidad para ello. La ciudad tiene muchos problemas, y seguro que hay campos mejor abonados para la lucha partidista.
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