En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
El pasado día 27 se cumplieron 75 años del suicidio de Cesare Pavese. Tenía 41 años. El pretexto fue un desengaño amoroso (“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, escribió en su último poemario). La causa fue su desvivirse, su melancolía, su desesperada nostalgia de unas tierras, de un pasado: Santo Stefano Bolbo, donde su familia turinesa pasaba los veranos, y la infancia. Un pasado no idealizado, sino confrontado con un presente cuyas raíces de melancolía estaban ya allí.
“En aquellos tiempos siempre era fiesta” es la primera frase de El bello verano, que resulta ser el relato de la degradación de una joven, alegre y vital campesina en un sórdido ambiente urbano de bohemia. En los relatos de Vacaciones de agosto busca aquellas tierras y tiempos, no para recrearse en un pasado idílico, sino para “buscar en la infancia los signos del horror adulto”. En La luna y las fogatas, su última novela, escrita un año antes de su suicidio tras pasar en Santo Stefano el penúltimo verano de su vida, desmonta dolorosa y cruelmente sus mitos sobre aquel pueblo, aquellas tierras y aquella infancia. Aunque, como expresa el narrador tras sus periplos por Italia y América con una bellísima imagen –“comprendí que aquellas estrellas no eran las mías”– tampoco ningún otro lugar le acogería.
Pocos libros me han conmocionado tanto como El oficio de vivir, sus diarios publicados póstumamente. Anotaciones de hechos, pensamientos, intuiciones, frases que son como la destilación de densos ensayos resumidos en unas pocas palabras. Una de las más difundidas es esta: “La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida”. La mejor definición de la creación –sumándole la música, el arte y el cine– que he leído junto al prólogo de El negro del Narcissus de Joseph Conrad que tantas veces he citado aquí.
Por desgracia su grandísima escritura en poesía, novela, relato y ensayo no le protegieron. Pudieron más las ofensas de la vida y del amor que encontraron en su carácter, en su sensibilidad, en su vida, brechas por las que ir corroyéndolo hasta que un rechazo amoroso, otro, fue como la suma de todos los rechazos y todos los desengaños de esa promesa nunca cumplida que para él fue la vida, desde la (¿engañosa?) luz de la infancia y la primera adolescencia a las tinieblas adultas.
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